Trumpet of Salvation to ISRAEL - Why me? - ¿Por qué yo? - Jacob Damkani - Spanish
Jacob Damkani testimonio que cambia la vida "¿Es realmente suficiente llevar una kipá y dejarse crecer la barba? Me pareció que Dios estaba más interesado en mi.
5. Dedicatoria
Dedico este libro a mi amada madre,
a toda mi familia,
a los hermanos de mi pueblo,
mi sangre y mi carne.
6. CONTENIDO
CAPÍTULO 1 Trumpeldor y otros héroes............................................7
CAPÍTULO 2 En la sinagoga local....................................................16
CAPÍTULO 3 Mi hogar, mis padres...................................................25
CAPÍTULO 4 ¡Nos mudamos a la gran ciudad!................................31
CAPÍTULO 5 ¡Salí al gran mundo!....................................................41
CAPÍTULO 6 ¡Nueva York, Nueva York!.........................................48
CAPÍTULO 7 Jeff..............................................................................58
CAPÍTULO 8 “Porque el alma del hombre está en la sangre”..........70
CAPÍTULO 9 ¿Quién es ése sacrificio?.............................................80
CAPÍTULO 10 ¿Cuál es la verdad?.....................................................93
CAPÍTULO 11 ¿Qué hay dentro de este libro?..................................113
CAPÍTULO 12 El reto de crecer y avanzar en la fe...........................124
CAPÍTULO 13 El rumbo: ¡Occidente!..............................................128
CAPÍTULO 14 Los verdores de California.......................................136
CAPÍTULO 15 De regreso al Este.....................................................147
CAPÍTULO 16 Ante la tumba de mi hermano...................................158
CAPÍTULO 17 El retorno a la patria.................................................170
CAPÍTULO 18 Experimentando persecuciones................................181
CAPÍTULO 19 Desde José hasta José...............................................192
CAPÍTULO 20 ¡Mi pueblo es tu pueblo, y tu Dios mi Dios!............205
CAPÍTULO 21 Difundiendo las Buenas Nuevas de Salvación.........218
CAPÍTULO 22 Estas son las festividades y éstos son los pactos......229
CAPÍTULO 23 Michael, Michael.....................................................240
CAPÍTULO 24 El león de piedra y el León de Judá......................... 253
Palabras finales.........................................................259
Unas Palabras al creyente.........................................262
Glossario...................................................................272
7. 7
CAPÍTULO 1
TRUMPELDOR Y OTROS HEROES
Era el año 1964, en Kiriat Shmoná, una pequeña ciudad situada
junto a las Alturas del Golán y no muy lejos de la frontera con Lebanón,
se izó la bandera nacional Israelí a media asta, durante la ceremonia
del “Día del Holocausto y Heroísmo”; filas de filas de alumnos nos
ubicamos parados en posición rígida de firmes, mientras nuestros ojos
estaban fijos en la bandera nacional.
Claro que hoy en día, no puedo recordar todos los discursos
conmovedores pronunciados por el Director y los alumnos de los
grados superiores del colegio, ellos hablaban con palabras retóricas de
los hechos horrorosos y aterradores que cometieron los malvados Nazis
en contra de los judíos. ¿Cuándo fue que estalló la Segunda Guerra
Mundial? ¿Hace 10 años o hace 2,000 años?, no lo sabía; fuera de eso,
Europa me parecía tan lejana, después de todo, la historia de nuestro
pueblo está llena de sucesos atroces y cada una de nuestras fiestas
nacionales y religiosas evocan a enemigos que planearon exterminarnos,
quienes se levantaron generación tras generación, y “El Santo, Bendito
sea” siempre nos salvó de las manos de ellos.
En el corazón de este niño de 8 años se mezclaban todos estos
pensamientos en un cuadro complicado y confuso entre escenas de
persecuciones, decretos de exterminio y odio a los judíos a través de
la historia: Los griegos en “Hanuka” (La fiesta de las luces), los persas
en “Purim” (conmemoración del milagro relatado en el libro Ester),
los egipcios en “Pesaj” (la Pascua), los romanos en “Lag BaOmer”
(Conmemoración de la victoria de la rebelión de Bar Kojva sobre
los romanos) y los árabes en el día de Independencia... ¿Quién es lo
suficientemente hábil para diferenciar entre todos ellos?; no obstante,
de todo lo que se dijo en esa ceremonia, una frase se quedó muy bien
grabada en mi memoria: “¡Nunca olvidaremos y nunca perdonaremos!”.
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¿Por qué justo yo?
Un tenso ambiente de luto y dolor imperaba en esa mañana, de
pronto irrumpió el sonido de la sirena, la misma que es escuchada en
forma simultánea en todo Israel, en donde el país entero se paraliza
para guardar un tiempo de silencio en memoria de los héroes caídos en
guerra y de las víctimas del holocausto, como un gemido que surcó el
aire y penetró en los corazones haciendo que los ojos de las madres,
lloren a ese hijo que perdieron. Dimos término a la ceremonia cantando
emocionados el himno nacional de Israel: “La Esperanza”.
Con todo mi ser, traté de esforzar mi imaginación infantil y
describirme a mí mismo lo que en verdad ocurrió allá en la Alemania
nazi y poder experimentar siquiera una ínfima gota de todo ese océano
de muerte y dolor de los campos de concentración. Pero, a pesar de
todos mis vanos esfuerzos, no logré revivir en mi espíritu, lo que ya
murió y fue enterrado en una tierra extraña.
Allí, en medio de las filas de alumnos, en el patio grande del
colegio “Maguinim”, me encontraba ubicado en posición rígida de
firmes, mientras que mis ojos estaban fijos en la bandera a media
asta que flameaba con el viento matutino de Galilea. Al escuchar el
agradable y familiar sonido del himno nacional, se llenó mi corazón
de profundo orgullo de ser un ciudadano del Estado de Israel. En ese
momento, el sentimiento de amor a la patria y la disposición de estar
listo a defenderla siempre, inundaron mi emocionado corazón.
Los años pasaron y un día, apareció un tractor grande en la parte
delantera de nuestra casa. Vivíamos en ese entonces, en la calle Rashi,
que se encontraba al norte de Kiriat Shmoná que era la zona más cercana
a la frontera con Lebanón. Las cabras, los patos y las gallinas que
acostumbraban a pasear libremente en el patio grande, huían con miedo
del tractor bullicioso que había venido a cavar un gran hoyo. Me quedé
parado mirando al tractor mientras hacía su obra, mis pensamientos se
transportaron a esos horrendos fosos en Europa, que fueron cavados
para después llenarlos de cadáveres de hombres y mujeres, ancianos
y niños de nuestro pueblo. “¡Fosos como éstos, nunca cavará hombre
alguno en nuestra nación!...”, me prometí a mí mismo.
Este hoyo que se cavaba, así como los demás hoyos de la ciudad
en ese tiempo, serviría para un propósito totalmente diferente;
rápidamente, se llenó de tablas de madera, barras de hierro y mezcla de
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cemento, convirtiéndose así en un refugio con capacidad de albergar
a dos familias en caso de algún ataque. Con el tiempo, en la superficie
cubierta por tierra negra, brotaron flores silvestres rojas, las cuales
representaban para mí, la sangre derramada de aquellos judíos que
fueron heridos, y que aún hoy en día, son heridos por los proyectiles
lanzados desde Lebanón.
Me quedé parado en el refugio nuevo, y pensé: “Nuestros enemigos
que se encuentran al otro lado de la frontera nunca han ocultado su
odio hacia nosotros, en caso de que se produjera otro ataque, seremos
nosotros, los de Kiriat Shmoná, los primeros en recibir el impacto; y
el sonido de la sirena de emergencia, hará que huyamos como conejos
asustados al refugio. ¿Será que también yo huiré y me esconderé? ¿Seré
capaz de atreverme a huir?, ¡de ninguna manera!”, me prometí a mí
mismo solemnemente: “¡lucharé!, ¡no dejaré a estos gentiles hacer
de nosotros lo que les plazca! ¿Oh Dios, para qué fue que creaste a
los gentiles?, ¿no hubiese sido más simple si hubieses creado a todos
judíos?”
Los sábados y los días de fiesta, después de la oración matutina en
la sinagoga, nos gustaba sentarnos todos juntos alrededor de la mesa
larga y adornada festivamente que mi madre y mi hermana habían
arreglado, después del “Kidush” (bendición del vino) y de la bendición
de las “Jalot” (bendición de los panes), en ese ambiente grandioso
de santidad, tomábamos el desayuno tradicional a horas tardías de
la mañana con mucha hambre; solíamos comer papas, remolachas y
huevos que se habían cocinado largas horas durante la noche anterior,
rodajas de berenjenas y de zapallitos fritos, y algunas veces también
pescado.
Y después, cuando papá se acostaba para tomar la siesta, y como
de costumbre, mamá continuaba con las labores fatigosas de la casa,
solía hacer un paseo por las montañas aledañas, observando las
flores, las mariposas y saboreando para mi delicia moras silvestres,
higos y granadas que crecían en los prados de los valles; me gustaba
refrescarme con la fría agua del arroyo y respirar el aire fresco y puro de
las montañas del Galilea, después me dirigía a Tel-Jai, donde estaban las
lápidas de algunos de los héroes nacionales, subía a visitar a la colina de
mis lamentos, de modo especial a la tumba de Trumpeldor, un héroe de
Israel por quien sentía admiración y lo consideraba mi héroe.
Trumpeldor y otros héroes
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¿Por qué justo yo?
Los olores del campo y los paisajes que contemplaba en mi
recorrido, siguen vivos en mi memoria, como si sólo fuera ayer que
estuve allí. Recuerdo las siluetas de los altos árboles de eucalipto que
se dibujaban en la serpenteante carretera de asfalto, el panorama de
niños descendiendo en un carrito enganchado a una mula negra de
orejas largas y las cestas de aceitunas amargas, las cuales me gustaba
llevarle a mamá; camino a esta colina, surgía en mi interior una ola de
pensamientos y sentimientos como un volcán que estaba a punto de
estallar.
Con mi cabeza inclinada en señal de respeto, entraba al cementerio
militar, estos héroes que cayeron en batalla y que sus gritos parecían
como que la tierra los hubiese tragado, eran para mí un verdadero
ejemplo de amor a la patria. Pensé en Trumpeldor y sus palabras:
“Bueno es, morir por nuestra patria”, las cuales, ya hace mucho tiempo,
se convirtieron en sólo una ilusoria leyenda. Sentí, que estas palabras
fueron pronunciadas, no como el rugido de la estatua del león erigida
en su tumba, sino como el último susurro de dolor en su lecho antes
de morir, el que había comenzado a sonar en mi corazón desde antes y
sigue siendo el mismo que hace eco en lo más recóndito y profundo de
cada alma judía, aún hoy en día.
Ellos fueron ocho, y en honor a ellos lleva la ciudad el nombre de
“Kiriat Shmoná”, que significa “Ciudad de los ocho” ¿Será que gracias
a que ellos dieron sus vidas, es que estoy vivo hoy? De no haber sido
por estos ocho héroes de Tel-Jai, los cuales inmolaron sus propias vidas
para conseguir la resurrección nacional, otro hubiese sido mi futuro,
¿no hubiera yo acaso, nacido y vivido en algún lugar lejano?...
Mi visita a este lugar, siempre originaba en mí, profundos
pensamientos y numerosas preguntas: “Interesante saber que significa
ser judío y vivir entre los gentiles que odian a Israel”, me dije a mí
mismo, “¿por qué es que los judíos han sido tan duramente perseguidos
en todos los lugares donde fueron dispersados? ¿Por qué fue que dejaron
mis ancestros, la tierra donde nacieron originalmente?... ¿Por qué
tuvieron que ser exiliados de su tierra por tanto tiempo, para regresar a
ella sólo hoy?...
Siempre se nos dijo, que se debió a que cometimos “Idolatría,
incesto y derramamiento de sangre”, por lo que fuimos exiliados por
espacio de 70 años, y por un “un odio sin razón” estuvimos en el exilio
por espacio de 2,000 años…“¿Será posible?... ¡Cuántos días, semanas,
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meses y años son 2,000 años!... ¿Por qué no regresamos antes a levantar
las ruinas, a hacer florecer el desierto y a convertir los sequedales en
arroyos... ¿Por qué no pudimos regresar antes a secar los pantanos
plagados de malaria? La tierra que nos había sido dada por Dios, fue
convertida en una morada de chacales, y nosotros fuimos dispersados,
desterrados a las naciones. ¿Por qué que justo ahora, Dios decidió
traernos de retorno a nuestra tierra?... ”
“¿Será que la redención de Israel ha comenzado a hacerse realidad
exactamente aquí y ahora, frente a nuestros propios ojos? ¿Somos
nosotros, la última generación en servidumbre y la primera que
logra experimentar redención? ¿Somos acaso, mejores en algo o más
santos que nuestros padres? ¿Qué mérito hicimos para merecer ser los
acreedores de “el comienzo de la redención”, como se nos ha dicho?
¿Qué mérito hice para ser parte de esta generación?, ¿por qué justo
yo?... ¿Cómo es que finalmente se nos permite vivir en la tierra, que
era considerada como “una tierra que devora a sus habitantes”? ¿Era
Dios, o la tierra quién nos rechazó y expulsó? ¿Existe otro pueblo en
todo el mundo, que haya sido exiliado de su propia tierra una y otra vez,
y que haya regresado a revivir su alma muerta y su lenguaje original
adormitado? ¿Aquién le daremos las gracias y nuestro respeto por esto?
¿A Teodoro Herzel? ¿A Balfour? ¿A Jaim Vaisman? ¿A Ben-Gurión?
O tal vez, ¿al Dios Todopoderoso, quién a causa de nuestras faltas y
pecados nos exilió de nuestra patria, el cual por fidelidad a Sus antiguas
promesas, nos hizo traer de vuelta a ella hoy día, sólo por Su gracia y
misericordia?”.
Estas existenciales preguntas penetraron con una intensidad extraña
en mi alma. “¿A qué o a quién lanza ese mudo rugido la estatua del león
erigido en la tumba de Trumpeldor?... ¿Será que desafía a esa crueldad
y odio de nuestros enemigos, aquellos que observan desde las alturas
del Golán a nuestros poblados jóvenes que están intentado echar raíces
en nuestra reconstruida nación? O tal vez, ¿es un rugido de oposición
a Dios, por haber permitido a los gentiles llevarnos como corderos al
matadero? ¿Y en qué pecamos, para que este mundo nos persiga sin
descanso? Primero los cristianos, y ahora los musulmanes, ¿quién más
se levantará para perseguir a nuestros descendientes en las próximas
generaciones?...”.
Observé en el horizonte lejano, al nevado Hermón y la vista del
Trumpeldor y otros héroes
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¿Por qué justo yo?
paisaje a nuestro alrededor, el contraste entre la belleza de la naturaleza
y nuestra dolorosa historia, me molestaba. En el “Día del Holocausto
y Heroísmo”, con la bandera a media asta, en posición de firmes y
pensando en las atrocidades que cometieron los cristianos, me pregunté
a mí mismo: “¿Dónde estuvo Dios cuando los nazis exterminaron a
los judíos sin ninguna compasión?”. Y ahora en Tel-Jai ,me encontraba
sentado en silencio, meditando sobre ese odio encendido de los árabes
musulmanes hacia nosotros. Y cuando oraba en la sinagoga, me
preguntaba: “¿Qué significa realmente ser Judío, y para qué fue que nos
escogió Dios de entre todos los pueblos para ser Su pueblo escogido?”.
Jamás tuve duda sobre la existencia de Dios, pero nunca logré
entender porqué es que Dios permitió a los gentiles perseguirnos de
manera tan cruel, ¿por qué permitió que nos mataran, desde la salida de
Egipto hasta mismo el día de hoy? ¿Para eso fue que nos escogió? ¿Qué
es lo que realmente desea Dios de nosotros y porqué se hace tan difícil
reconciliarse con Él?
En el centro del cementerio, había una columna de piedras labradas
y en ella una larga inscripción estaba escrita en letras negras grandes
de acero:
“En sangre y fuego Judá cayó,
en sangre y fuego Judá se levantará”.
Observé la inscripción y pensé: “Desde siempre tuvimos que pasar
por ríos de sangre y de fuego, también ahora es nuestro deber luchar
y estar dispuestos a derramar nuestra sangre por la defensa de nuestra
patria, de no ser así, ella se convertirá en botín de nuestros enemigos
nuevamente”. De pronto me vino un pensamiento espantoso: “Si para
esto fue que fuimos escogidos, ¿no sería mejor ser incircuncisos,
como todas las demás naciones? ¿No es mejor el gentil que el judío
circuncidado que siempre es perseguido a muerte?”.
“¡Nunca esto acontezca!, ¡saca esos pensamientos blasfemos y de
oprobio de tu cabeza!”, me apuré a decirme a mí mismo. “¿Acaso no
soy yo judío?, judío nací, y no me contaminaré de tal modo, pues aun
mi cuerpo lo daré para ser quemado en lugar de vivir como esos gentiles
incircuncisos que se sumergen en profanaciones e idolatrías”.
Desde nuestra temprana niñez, nos inculcaron nuestros maestros
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y rabinos el desprecio hacia aquellos judíos “convertidos” y
“helenizadores” que existieron en todas las generaciones de la historia,
aquellos que prefirieron una vida holgada y materialista con los gentiles,
a una vida judía espiritual pura; ellos prefirieron por temor, escapar de
las persecuciones de los gentiles, y de la cruel suerte que corrieron los
judíos, quienes eran odiados y perseguidos. “Nosotros los judíos, somos
los testigos vivos de que Dios existe”, razoné. “¡Si nosotros también nos
convertimos en incircuncisos y nos comportamos como los gentiles, no
quedará en la tierra otra nación que dé testimonio del Dios verdadero!
El gentil que quiere exterminar a los judíos, está tratando en realidad de
deshacerse de Dios y ser el dios de sí mismo... ¿Será que es esto lo que
los gentiles quieren lograr, destituir a Dios del trono de Su gloria? ¿Y
no será que en realidad, los judíos pedimos para nosotros ,exactamente
lo mismo?”.
“¿Qué es lo que diferencia a un animal de un hombre? ¿Qué es lo
que me hace único como judío, con relación a la creación, a los árboles,
de las rocas y los océanos? ¿Es que puede ver el no judío algo especial
en mí? ¿Será que el sello de la circuncisión en mi cuerpo, hace que el
gentil quiera conocer a Dios y amarlo? ¿Pero, cómo puede saber el gentil
que soy circuncidado?, y aun si lo supiera, ¿qué importancia tendría?
Tal vez, el uso de la “kipá” (pequeña gorra que cubre parcialmente
la cabeza, usada en señal de respeto a la autoridad de Dios) o de los
“tzitzit” (flecos que cuelgan de las cuatro puntas del manto que se usa
para la oración) y las “peot” (guedejas de cabello que se dejan crecer a
la altura de las patillas), las cuales actualmente la mayoría de mi pueblo
no las usan; ¿serán estas cosas las que nos distinguen de los demás
hombres y demuestran que pertenecemos al pueblo escogido? Y si así
fuera, ¿será eso lo que hace que los gentiles deseen ser como nosotros?”
A pesar de mi orgullo nacionalista, no me encontraba a mí mismo
como objeto de envidia de alguna persona que esté buscando al Dios de
Israel, tenía que admitir que yo no era precisamente un ejemplo digno
de admirar, o de un verdadero hombre de Dios que fue escogido por Él
para ser “luz a las naciones”.
“¡Pero tal vez si nos esforzamos por ser mejores y tener una ética
y valores más altos que los demás, entonces verán los gentiles que
realmente Dios existe! ¿Pero somos tan buenos como para poder lograr
esto? Y si fuéramos demasiado buenos y agradables, ¿no sería que se
aprovecharían los gentiles de nuestro buen corazón ?” ¿Quién tiene las
Trumpeldor y otros héroes
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¿Por qué justo yo?
respuestas a todas estas preguntas confusas y contradictorias?
Elsilencioabsolutoqueimperabaenelcementerio,mehizorecordar
al silencio en la ceremonia del “Día del Holocausto y Heroísmo”, las
filas largas y rectas de las tumbas me parecían como las filas de los niños
parados en posición de firmes en el patio del colegio, no me podía liberar
de esa sensación angustiosa al saber que niños tan pequeños habían sido
sepultados aquí, bajo el suelo de Tel-Jai cercana a Kiriat-Shmoná... En
cambio, los niños de Kiriat-Shmoná no estaban silenciosos, sino llenos
de ganas de vivir, sus corazones latían con la esperanza de un futuro
mejor..., confiaban en un mundo donde no habrá más temor del sonido
repentino de un avión fugaz que sobrevuela la ciudad, como si fuera a
caer otro misil del Lebanón... “¿Hasta cuando seguiremos caminando
por este valle de muerte y de guerras, las cuales cobran un precio tan
alto de nosotros? Es cierto que esta tierra tan preciada nos fue dada por
herencia de nuestros ancestros, y que el mismo Dios, fue quien nos la
dio como herencia por medio de Sus promesas. Pero, ¿será que vale
tanto como para seguir haciendo un sacrificio tan grande como el que
se ha hecho por ella? En lo que respecta a mí ¡la defenderé con mi vida,
y no dejaré a hombre alguno llevarse ni una parte de ella! ¡Cuándo
llegue el día, de seguro seré un piloto o por lo menos un tanquista y
lucharé hasta el final en defensa de esta patria tan preciada! ”. El rugido
silencioso de Trumpeldor se convirtió en el rugido de mi corazón y ese
león de piedra inanimado había impreso su sello en mi corazón de niño.
Regresé por el camino que desciende hacia el norte, rumbo a
mi casa. Los altos árboles de ciprés besaron el cielo azul, y de sus ramas
emanaba el sonido del canto alegre de los pájaros; el viento no soplaba
fuerte en esa hora, y el aire parecía como si se hubiese detenido con un
temor santo en reverencia al “Shabat” (sábado). Las flores silvestres
decoraban los lados del camino con su variedad de colores, las amapolas
rojas, los crisantemos dorados, las interminables alfombras amarillas
de mostaza silvestre, impregnaban en el ambiente una fragancia
encantadora e inolvidable. Las montañas de Neftalí se divisaban a mi
derecha, al oriente las montañas azuladas del Golán, y debajo de ellas
las lagunas de peces del fértil valle Julá. Llené mis pulmones del aire
puro tratando de detener dentro de mí estas sensaciones para siempre:
“la maravilla de la creación, y el milagro de la sobrevivencia del pueblo
judío en los miles de años de su existencia”. De pronto, estando en
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Mi hermana y
yo disfrazados
de aristócratas.
Tel-Jai:
“En sangre y fuego Judá cayó,
en sangre y fuego Judá se levantará”.
medio de todos estos pensamientos, regresé a la dura realidad del diario
vivir y sin lugar a dudas pensaba que era bueno vivir por nuestra patria
y que también era bueno aunque no fuera fácil “ser judío”.
Cuando llegué a casa, papá estaba alistándose para regresar a la
sinagoga, había llegado la hora de la oración de la tarde.
Trumpeldor y otros héroes
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¿Por qué justo yo?
CAPÍTULO 2
EN LA SINAGOGA LOCAL
Me gustaba ir con papá cada mañana a la sinagoga local, la cual
se encontraba de camino a mi colegio. Junto con los demás niños del
barrio, solíamos corretear en la sinagoga y contemplar asombrados los
grandes y angostos ventanales adornados de estrellas de David.
En ese entonces, la sinagoga me parecía imponerse por su altura a las
demás casas del lugar, de alguna manera era cierto, ya que las demás
casas eran de un solo piso y en cambio la sinagoga, tenía dos pisos.
Al frente de la puerta principal, se encontraba el “Aron Ha Kodesh”
(el “Arca Santa”), el cual estaba cubierto por una cortina de color
escarlata brillante, bordada con leones dorados; dentro del Aron se
guardaba el rollo de la “Torá” (la cual significa enseñanza o instrucción,
y que comprende los 5 primeros libros de la Biblia).
En cada “Bar Mitzvá” (ceremonia celebrada a los 13 años, edad
considerada en que los jóvenes judíos alcanzan la madurez para cumplir
con la obligación de observar los mandamientos religiosos), y en la
celebración de las bodas, recibíamos una lluvia de dulces multicolores
que recogíamos por puñados, entre voces de alegría y al lado contiguo
se escuchaban las risas de regocijo de las mujeres. Los hombres
entonaban reverentemente las oraciones, las cuales sabían de memoria,
mientras que en el lado de las mujeres se podía observar sus pañuelos
multicolores con los que cubrían sus cabezas al orar.
La celebración llegaba a su punto culminante, cuando llamaban al
agasajado a pasar adelante a leer la Torá, y era cordialmente recibido
con una lluvia de dulces por todos los invitados.
El número de asistentes a la sinagoga local era aproximadamente de
cien personas, los cuales eran judíos de procedencia iraquí y persa. Mis
padres hablaban un hebreo muy sencillo, y nosotros los hijos que nos
considerábamos “estudiosos” en comparación a ellos, veíamos como
nuestro deber sagrado el corregirlos en su forma de hablar y enseñarles
el “verdadero hebreo israelí”, sin embargo a pesar de las deficiencias de
su hebreo, lograban asombrarnos con la rapidez que podían leer, sabían
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En la sinagoga local
las oraciones a la perfección, parecía que habían venido a la sinagoga a
hacer una competencia de lectura veloz.
Antes de que yo lograse inclinarme en la oración de “Maguen
Abraham”, que era el comienzo de la oración “Amidá”; ellos ya habían
dado los 3 pasos atrás y habían dicho la oración “Osé shalom”, y yo
siempre quedaba al último. Cuando crecí, descubrí que nosotros, “los
sefarditas” (judíos procedentes del Medio Oriente y Mediterráneo),
no éramos los únicos que leíamos tan rápidamente las oraciones,
al contrario, pude ver que “los ashkenazitas” (judíos procedentes de
Europa) lo hacen aún con más rapidez, para de ese modo poder concluir
con la oración...
Cuando era niño no veía algo especial en todo esto, después de
todo, todos eran personas temerosas de Dios que asistían a la sinagoga
desde muy temprana edad, y las oraciones formaban parte integral de la
rutina en su vida diaria. Era obvio que ellos conocieran a la perfección
el “Sidur” (libro judío de oraciones), mientras que yo recién estaba
dando mis primeros pasos y trataba de ubicar las oraciones en el mío;
mi padre que veía en mi un judío ya adulto, espectaba que me supiera
ubicar por mí mismo en el Sidur, razón por la cual no veía necesario
sentarse conmigo en la casa y enseñarme a leer las oraciones. Yo por mi
parte, di por sentado que sólo necesitaba repetir las palabras tan bellas
por sí mismas aún sin entenderlas, y así cumplir con mi obligación de
rezar.
Para mí, la oración significaba una costumbre obligatoria que
exigía ir a la sinagoga 3 veces los días sábados, no pensaba que tenía
como objetivo ser un medio para lograr una relación personal con
un Dios vivo. Aún cuando algunas veces deseé aminorar la velocidad
con que leíamos las oraciones, para de este modo lograr entender las
palabras y la verdadera intención de ellas, y así, poder estar parado
solo delante de Dios, El cual, pensaba en mi inocencia, se encontraba
escondido en el “Arca del Pacto”; pero la presión del grupo podía más,
y así aprendí, como todos a “correr” en la lectura de los libros sagrados.
Más de una vez envidié la forma en que el Rey David se dirigía a Dios,
estaba seguro que si hubiera venido el Rey David a visitar a nuestra
sinagoga local, no hubiera participado en nuestras febriles carreras de
los rezos, seguramente hubiese estado frente a su Dios con temblor y
amor por Él, queriendo permanecer en Su presencia. No sé porqué,
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¿Por qué justo yo?
pero los asistentes a la sinagoga, me hacían recordar más bien al Rey
Saúl, que trató de aferrarse a su pasado ostentoso, ¡no sabiendo que
la presencia de Dios lo había abandonado...!, los presentes rezaban
recordándole a Dios Sus misericordias hacia nuestros patriarcas, Sus
bendiciones en el pasado, el sacrificio de Isaac y la fragancia de los
sacrificios ofrendados, a pesar de que en ese momento no había algo
que ofrecerle. Me pude dar cuenta que la creencia en el “mérito de
nuestros patriarcas” ocupa un lugar demasiado importante en el
pensamiento religioso del judaísmo contemporáneo, tal vez se deba a
que reconocemos y confesamos “que no hay en nosotros buenos actos”,
tal vez los que oran no se dan cuenta, del hecho que, el Dios de nuestros
patriarcas es un Dios vivo que no cambia, y que Él tiene poder para
hacerles bien a todos aquellos que creen en El hoy en día, así como
lo hizo en tiempos pasados. Ellos preferían no recordar que la justicia
y la fe de nuestros padres no pueden salvar a los hijos desobedientes
en el día de su pecado, así como está escrito: “Los padres no serán
condenados a muerte por delitos cometidos por sus hijos, ni los hijos
serán ajusticiados por delitos de sus padres. Cada cual será condenado
por su propio pecado...” (Deuteronomio 24:16).
En aquellos días, todavía no conocía a Dios como lo conozco
ahora; pero de alguna manera tenía la sensación de que Dios no estaba
ni ocupado, ni apurado para poder atendernos, me parecía que Dios
nos amaba y quería estar junto a nosotros, pero que somos nosotros,
los que nos dirigimos hacia el camino contrario alejándonos de El, sin
darnos cuenta en lo absoluto de su amor por nosotros. Me incomodaba
el hecho de que aquellos que asistían a la sinagoga no podían ver en
Dios a un padre que tiene amor por sus hijos, sino que lo veían como
un Señor duro y estricto, al cual se tiene que obedecer y cumplir con las
órdenes requeridas por Él; yo deseaba más que esto, quería expresar mi
amor a Dios mediante acciones y no sólo en palabras, ¿pero cuáles son
las acciones agradables a Él? ¡Sabía que en la Torá se nos ordena: “Y
amarás a El Eterno tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con
toda tus fuerza” (Deuteronomio 6:5), ¿pero cómo se puede ordenar a
alguien a amar? ¿Cómo se puede amar a un Dios lejano? ¿Es suficiente
con ponerse los tzitzit, o usar kipá, con dejarse crecer peot y la barba,
no comer alimentos inmundos, y guardar el shabat de forma estricta,
para poder complacer al Creador? A mí me parecía que más bien Dios
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En la sinagoga local
deseaba mi corazón y no se fijaba justamente en mi manera de vestir,
o en el lavado de manos, o en mi apariencia exterior, pero yo no sabía
como entregarle mi corazón.
En mi interior, siempre surgían preguntas que no me dejaban de
incomodar: “¿Por qué Dios se encuentra tan lejos? ¿Por qué escondió
su amor de mí? ¿Por qué esconde su rostro, y no se revela a mí?”. Salía
de la sinagoga con una sensación de frustración y vacío, como alguien
que fue a visitar a un amigo muy querido y que por alguna razón, no
llegó al encuentro...
Estando en la sinagoga se despertaban en mi interior pensamientos,
los cuales no me atrevía a compartir, ni siquiera con mi rabino o con mi
papá.Apesar del ambiente santo que reinaba en la sinagoga al momento
de la oración de los días sábados, a pesar de la lectura de la Torá, la
bendición Aarónica y los cantos, me quedaba siempre con hambre y sed
de Dios, pero no encontraba allí alimento ni bebida espiritual.
Cuando subía el cantor de laTorá al podio y comenzaba a anunciar la
“venta de los preceptos” al mejor postor, los cuales incluían: la apertura
del “Arca del pacto”, subir a dar lectura de la Torá, los Profetas, llevar
la Torá y desenrollarla; me parecía que la casa de Dios de pronto se
comenzaba a convertir realmente en una “cueva de ladrones”, un centro
de ventas de cosas sagradas, y todo esto ocurría ¡en pleno día sábado!,
quería preguntar: “¿Papá, porqué venden la Torá y sus preceptos de esta
manera? ¿No sería mejor poner una caja en la entrada de la sinagoga
para que los que asistentes puedan venir en un día de semana y no el
sábado a depositar en ella “su entrega secreta”, en vez de tener que
publicar sus riquezas y sus piedades en público? ¿Acaso esto, no hace
sentir mal a los que no tienen? ¿Acaso los pobres no son dignos de orar
delante de Dios igual que los ricos?”.
Mi padre se veía triste, esta competencia le causaba tanto dolor
como a mí mismo, en especial porque en los días de fiestas y más aún
en “Yom Kipur” (el “Día del perdón”) los precios subían por los cielos.
¿Es que las personas con escasos recursos, como mi padre, eran menos
queridos por Dios, sólo por el hecho de que no lograron participar
en la venta pública ni subir a leer la Torá? Pero como es sabido, las
tradiciones de los hombres son unas de las cosas más difíciles de
cambiar y son muchas veces consideradas más sagradas aún que la
20. 20
¿Por qué justo yo?
propia Torá escrita...
Los padres eran bastante condescendientes con nosotros los niños
a la hora de las oraciones del sábado, pero cuando se leía la Torá no
tenían ninguna contemplación para con nosotros, todos teníamos que
sentarnos en absoluto silencio al lado de nuestros padres y escuchar
con santa reverencia la lectura de la Torá y los Profetas, aunque no
se nos explicaba lo que escuchábamos. Se consideraba la lectura de
la Torá como un acto especialmente sagrado, y nosotros estábamos
acostumbrados desde muy pequeños a escuchar atentamente a la
persona que leía con respeto y con una profunda admiración.
Recuerdo de manera especial, el sábado en el cual se leyó la porción
llamada “Masai” tomada del libro de Números, aquí se consideran
todos los lugares donde acamparon los hijos de Israel en los años que
anduvieron errantes por el desierto, mientras yo pensaba en los lugares
donde fueron esparcidos el pueblo de Israel por espacio de 2,000 años
en la diáspora; esta lista, es muchísima más larga que la descrita en la
Torá; no hay lugar donde judío no haya ido y haya sido perseguido por
su creencia. Los nombres de estos lugares no se podrían grabar en una
tabla de piedra y colgarla al lado del león de piedra de Tel-Jai...
¿Qué hizo que nos esparciéramos entre los gentiles?, en la oración
“Tajanun” (súplicas de perdón por pecados) confesamos: “Por nuestros
pecados, fuimos desterrados de nuestra tierra.” ¿Cuál fue ese pecado
tan terrible que cometimos, por el que fuimos echados de la tierra de
nuestra herencia por tanto tiempo, y que nos convirtió en ejemplo de
burla entre las naciones?
En ese mismo sábado, leyeron en la sinagoga la “haftará” (párrafo
breve de alguno de los libros de los Profetas que guarda relación con el
tema de una sección de la Torá) del libro del profeta Jeremías:
“Escuchad la palabra del Eterno, oh casa de Jacob, y todas las
familias de la casa de Israel.
Así dice el Eterno” ¿Qué injusticias han hallado vuestros padres
en Mí para que se hayan alejado de Mí, yendo detrás de vanidades,
con lo que se hicieron vanos?
Ni siquiera se preguntaron: ¿Dónde está el Eterno que nos sacó de
la tierra de Egipto, que nos condujo por el desierto, por una tierra
de desiertos y de hoyos, por una tierra de sequía y de sombras
de muerte, por una tierra por la que no pasaba hombre alguno y
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En la sinagoga local
donde nadie vivía?
Y os traje a una tierra de campos fructíferos, para comer el fruto
de ella y los bienes de ella. Pero cuando entrasteis vituperasteis
a Mi tierra e hicisteis de ella abominación. Los sacerdotes no
preguntaron: ¿Dónde está el Eterno? Y los que manejan la ley
no me conocieron, y los gobernantes cometieron transgresiones
contra Mí.
Los profetas también profetizaron por Baal, y anduvieron detrás
de cosas que no dan provecho.
Por lo tanto, entraré aún en juicio con vosotros, dice el Eterno, y
con los hijos de vuestros hijos. Pasad pues a las islas de los Kitim
y ved, y enviad a Cedar, y verificad, y cercioraos de si ha habido
jamás cosa igual.
¿Hubo jamás pueblo alguno que cambiase de dioses, que (en
realidad) no son dioses?
Pero Mi pueblo ha cambiado su gloria por lo que no aprovecha.
Asombraos, oh cielos, de esto, y horrorizaos sobremanera, dice
el Eterno, porque Mi pueblo ha cometido dos pecados: Me han
abandonado a Mí, la fuente de las aguas de vida, y se hicieron para
sí cisternas, cisternas rotas que no contienen agua. ¿No es acaso
Israel un siervo, un siervo nacido en casa? ¿Por qué se convirtió
en presa? Los leoncillos han rugido contra él, y han resonado sus
voces...” (Jeremías 2:4-15)
Sin darme cuenta, esta haftará sobre los “leoncillos”, me llevó a
pensar en la estatua del león rugiente de Tel-Jai y me dije a mí mismo:
“¿En qué pensarán los que leen este pasaje? ¿Se darán cuenta del
verdadero significado de esta dura reprensión, o solamente recitan estas
palabras sin entenderlas...?”.
Observé al que leía la Torá y me imaginé que estaba viendo al
profeta Jeremías parado en frente de nosotros, diciendo con un clamor
desesperado sus palabras: “¿No es acaso Israel un siervo, un siervo
nacido en casa?” y pensé: “Debe ser que Israel es aún siervo, porque
si fuéramos a la verdad hijos para Dios, entonces seríamos “luz a las
naciones” hasta lo último de la tierra, y vendrían todos los pueblos del
mundo a nosotros, hasta los no religiosos de nuestro barrio verían que
el nombre de Dios es “invocado por nosotros”. Si el profeta Jeremías
22. 22
¿Por qué justo yo?
estuviera en frente de nosotros, y nos diría hoy día:
“Y los que manejan la ley no me conocieron”, de seguro lo hubiéramos
mandado a encerrar en una celda de prisión como lo hicieron nuestros
ancestros, “¿acaso somos mejores que ellos?”. El que leía la Torá bajó
de la plataforma, envuelto con un “Talit” blanco (manto de oración de
cuatro extremos que se usa en los servicios religiosos), con sus flecos
envueltos alrededor de sus dedos, los besó y los agitó hacia el público,
y dijo en voz alta: “¡Sean todos bienvenidos al Eterno!”.
Otra vez, mis pensamientos se transportaron al cementerio de
Tel-Jai. Vi frente mío a Yosef el Galileo (Trumpeldor), y junto con él
a sus amigos Jacob Toker, Benyamin Munter y todos los demás. No
me los podía imaginar a estos pioneros de Israel envueltos con el talit
diciendo al público que rezaba en la sinagoga la bendición: “¡Sean
todos bienvenidos al Eterno!”.
Pero en cambio, Trumpeldor y sus amigos, en aquellos tiempos de
la creación del estado de Israel, al término de los sábados, se encontraban
rodeados solamente del olor de la tierra negra y el hedor de los pantanos
con sus cuerpos olorosos de sudor y sangre. ¿Qué los ligaba a esta tierra
tan preciada para estar dispuestos aún a sacrificar sus vidas por ella?
¿Qué los impulsaba a dar su vida en defensa de ella?, ¡esa causa que
impulsaba su disposición de morir por su patria, no era precisamente la
religión!
La oración terminó, y cantamos “Shir hakavod” (“himno de gloria”)
y “Adon Olam” (“Señor del universo”), inmediatamente comenzaron a
doblar los talit y guardarlos en sus respectivos estuches. De un momento
a otro la sinagoga cobró el ambiente de un día regular de semana, dando
por finalizado el sábado. Todos se apuraban a regresar a sus casas, y
a Dios lo dejaban encerrado, aparentemente en el “Arca del Pacto”
cubierta con una cortina de púrpura, quién nos esperaría pacientemente
hasta que regresáramos para la oración nocturna, “¡pero Dios no habita,
ni habitará en templos hechos por manos de hombres, El anhela habitar
en los corazones de los hombres...!”.
Poco a poco, me daba cuenta que la sinagoga era una especie de
club de socios que tenían en común una tradición religiosa. Las personas
prefieren ocuparse en un rito religioso o en toda tarea que pueda distraer
su atención, con tal de no tener que acercarse a Dios en espíritu y en
verdad. Esta es una de las causas del porqué de la lectura tan rápida
de la Torá en la sinagoga, era como si los que oraban temían que sus
23. 23
En la sinagoga local
corazones se callaran, y pudieran escuchar la voz apacible de Dios.
Si sólo escogiéramos sentarnos delante de Dios en silencio y
escucháramos su voz con sinceridad, si sólo oráramos como el rey
David los hermosos cánticos de Israel: “Escudríñame, oh Dios, y
conoce mi corazón. Ponme a prueba y averigua mis pensamientos,”
(Salmos 139:23) ¡Él comenzaría a cambiar nuestra forma de pensar y
nos daría un corazón nuevo y espíritu nuevo! Sin embargo, si fuésemos
sinceros con nosotros mismos, descubriríamos que en realidad no
estamos buscando un corazón puro y un espíritu nuevo, y que no hay en
nosotros un deseo de servir a Dios de verdad. Preferimos, cumplir con
nuestra obligación al balbucear las oraciones, o con el cumplimiento de
los mandamientos de manera ritual, que no son más que abominaciones
a sus ojos, porque son hechas sin una verdadera intención del corazón.
Realmente, así es nuestro corazón engañoso, desde siempre estuvo
dispuesto a toda ceremonia y ritual religioso, con tal de que no sea
Dios el que reine sobre nuestro corazón. Es por eso que los profetas se
opusieron con todas sus fuerzas a las ceremonias y rituales vacíos de
contenido, y protestaron en contra de las costumbres humanas que no
están de acuerdo a la voluntad de Dios, tal como podemos leer en el
libro del profeta Isaías:
“Cuando venís a presentaros ante Mí, ¿quién ha requerido eso
de vuestra mano, para hollar Mis atrios? No traigáis más vanas
oblaciones: ofrendas abominables son para Mí. Y el novilunio, y
el sábado, y la convocación de asambleas... No puedo tolerar la
iniquidad junto a la solemne asamblea.
A vuestros novilunios y a vuestras celebraciones odia Mi alma.
Son una carga para Mí. Cansado estoy de soportarlos.
Y cuando extendéis vuestras manos oculto Mis ojos de vosotros.
Si, cuando Me hacéis muchas rogativas Yo no os escucho. Vuestras
manos llenas están de sangre.
Lavaos, limpiaos, extirpad el mal de vuestras acciones, de ante
Mis ojos. Cesad de hacer el mal.
Aprended a hacer el bien, buscad la justicia, ayudad al oprimido,
considerad a los huérfanos, defended a la viuda.
Venid ahora y entendámonos juntos, dice el Eterno. Aunque
vuestros pecados sean como la grana, tornaránse tan blancos
como la nieve. Aunque fuesen rojos como el carmesí, serán como
la lana.” (Isaías 1:12-18)
24. 24
¿Por qué justo yo?
Con el tiempo, me pude dar cuenta de que el modo de vivir y valores
morales de los no religiosos, no eran en realidad muy diferentes de
los religiosos, los religiosos se ponen “Tefilim” (filacterias, cajitas que
contienen cuatro versículos bíblicos, que los varones atan con cintas a
la frente y al brazo izquierdo a la hora de la oración) en los días de la
semana y los sábados en la sinagoga, mientras que los no religiosos en
el día sábado viajan o pasean con su familia.
De alguna manera, sabía en mi corazón, que el servir y adorar a
Dios era algo más que simplemente rituales religiosos. ¿No será que
Dios preferiría que nosotros, los judíos, no tuviéramos que venir a
El tres veces al día a decirle oraciones sin ningún significado, en un
lenguaje que ni nosotros mismos entendemos? Tal vez Dios preferiría
que sus hijos amados vinieran a Él, y le hablaran con palabras simples
que provengan de ellos mismos y con una verdadera sinceridad, y no
con palabras de un autor desconocido que vivió hace 500 años o tal vez
más”.Quería gritar todo esto en voz alta, pero quién escucharía a las
locuras de un joven que apenas empezaba a aprender como comportarse
en la sinagoga.
Al término de la oración, regresamos con papá a nuestra casa en la
calle Rashi, mi padre que de por sí era introvertido, caminaba despacio
con las manos dobladas atrás, y observaba callado lo que ocurría a
su alrededor. El no era una persona que expresaba fácilmente sus
sentimientos o pensamientos, las memorias de su vida se las guardaba
para sí mismo, como si solo existiera nadie mas que él.
En Kiriat Shmoná: una
gran familia feliz. Tengo
en mis brazos al hijo de mi
hermana.
25. 25
CAPÍTULO 3
MI HOGAR, MIS PADRES
De regreso a casa de la sinagoga, pasamos por el arroyo, en el que
mamá solía lavar la ropa los días de semana. Este arroyo estaba rodeado
de las montañas Neftalí y a sus orillas de él se encontraba el colegio
particular que también era la sinagoga de mamá. Allí ella aprendió, día
a día como enfrentar los problemas de la vida de la forma más difícil.
Aquí pisó la ropa lavada mojada como quien pisa uvas en el lagar, aquí
oró a Dios en secreto, con los ojos llenos de dolor y alegría a la vez,
contándole sus quejas y todo lo que había en su corazón.
Ella criaba a ocho hijos, nunca supe de donde sacaba toda esa fuerza
necesaria para poder llevar esta carga tan pesada, y darnos a la vez amor
y ternura. Yo acostumbraba a ayudarla a llevar la ropa al arroyo por la
mañana y por la tarde traer de vuelta a casa la ropa limpia, las gotas de
sudor que caían de su frente brillaban como perlas con los rayos del
sol que se ocultaba. Ella nunca se quejó ni disgustó, ella sólo trabajaba
sin descanso con una entrega interminable y un sacrificio personal
continuo, sin preocuparse por sus propias necesidades o deseos.
Los ojos de mi madre, fueron los que me ayudaron a abrirme
camino en la vida, y aceptar con amor todo lo que ella trae consigo. La
sinagoga personal de ella, la que estaba a orillas del arroyo, era muy
diferente de la gran y hermosa sinagoga de papá ¡pero no por eso era
menos santa...!
Recuerdo muy bien, “Iamim Hanoraim” (Los Días Reverenciales,
que vienen a ser los días que hay entre Rosh Hashaná: Año nuevo judío
y Yom Kipur: Día del Perdón), en los cuales íbamos al arroyo a arrojar
en él (en forma simbólica) todos nuestros pecados, parecía ser, que para
mamá esto era algo que hacía todos los días y no sólo en estos solemnes
días.
Mi padre trajo a su familia de Persia a Israel, la cual consistía en
5 hijos y uno más que venía en camino. Cuando llegó el tiempo para
que mamá diera a luz su sexto bebé, fue llevada al hospital Escocés de
26. 26
¿Por qué justo yo?
Tiberias, que en ese entonces era el hospital de maternidad más cercano
a Kiriat Shmoná. Y así, en un día soleado de Julio, nació el primer
“sabra” (judío nacido en Israel) de la familia Damkani, y le pusieron
por nombre: Jacob, después de mí, nacieron mis dos hermanas, llegando
así, a ser ocho hermanos.
Mi padre quien era sastre y también trenzador de alfombras, ambos
oficios que aprendió en Persia, se encontraba por lo general muy distante
de nosotros los hijos, y casi totalmente desconectado de la vida familiar.
Recuerdo que las veces que le llevaba la comida a su trabajo, la solía
recibir sin pronunciar palabra alguna.
No obstante, él se esforzaba por sostener a su familia con lo
mejor que podía; trabajó largos años en construcción, aunque siempre
anheló trabajar independientemente y su gran sueño era abrir su propio
negocio; recuerdo la tienda de verduras que puso en el mercado de
Kiriat Shmoná, también el restaurante que puso en la estación central
de buses de Tel-Aviv. Podíamos ver que no se destacaba por ser un
hombre de negocios exitoso, ya que todo el dinero que había ahorrado
para ese propósito, lo perdió totalmente...
Y así, a pesar de los esfuerzos de papá por sustentarnos, recaía casi
toda la carga del mantenimiento de la familia en mi madre, quién hizo de
sus noches como días trabajando en limpieza de casas. Lo más extraño
era que yo no me avergonzaba en forma alguna de esto y tampoco me
sentía menos que los demás a causa del trabajo de mi mamá.
Mamá trabajaba desde la mañana hasta la noche, y nosotros, los
hijos, hacíamos lo que podíamos para ayudarla; ahora, mirando hacia
atrás, me doy cuenta que pude haber hecho más...
Papá, mamá y ocho hijos, vivíamos en un pequeño departamento
de un cuarto y medio, en la calle que se encontraba más al norte de
Kiriat Shmoná, cada noche poníamos nuestros colchones en el piso, nos
abrigábamos y nos dábamos vueltas y vueltas hasta que nos quedábamos
dormidos, como un grupo grande y feliz, ninguno de nosotros tenía
queja alguna sobre la estrechez de espacio. Me pregunto: “¿por qué es
que hoy en día necesitamos que cada hijo tenga su propio cuarto, y aun
así, ellos están llenos de quejas y argumentos?”.
En los fríos días del invierno de Kiriat Shmoná, teníamos una
lámpara de kerosén en el centro del cuarto, todos nos acurrucábamos
27. 27
Mi hogar, mis padres
debajo de una enorme colcha y mamá se sentaba entre nosotros como
la gallina que reúne a sus polluelos debajo de sus alas, y comenzaba
a contarnos historias, nos contaba de aquellos días en que llegaron de
Persia a Israel:
“Cuando bajamos del avión, en el aeropuerto de Lod, las personas
de la Agencia Judía nos llevaron con los demás nuevos inmigrantes
en camiones, con destino a nuestro nuevo lugar de vivienda. De
pronto, a mitad de camino, papá se dio cuenta que algo no andaba
bien, el viaje le parecía demasiado largo, él no conocía el país,
pero de acuerdo a su sentido común, podía saber que un viaje tan
largo lo alejaba demasiado del centro del país. Comenzó a hacer un
escándalo, golpeaba el interior y el piso del camión, preguntando
a donde los llevaban. El chofer trató de tranquilizarlo con palabras
afables, continuando así su camino hasta Halsa, la que después
sería conocida como Kiriat Shmoná.”
Cada familia nueva recibía una caseta de lata para vivir en ella,
y una hornilla a kerosén para cocinar, que más tarde sería cambiada
por una cocina más moderna y ruidosa. Recibíamos también lámparas
a kerosén, unas cuantas frazadas de lana, cupones personales de
racionamiento de comida, llamados “puntos”, los cuales nos permitían
recibir los pocos alimentos básicos necesarios a todos los que
vivíamos allí. En ese entonces, había lo que se conocía como “Tzena”
(austeridad), recibíamos 2 huevos por semana para cada persona, una
cantidad limitada de aceite, de harina y de azúcar, leche en polvo,
“cocozin” (un reemplazo de margarina hecha a base de aceite de coco
sólido) y 200 gramos aproximadamente de carne por persona, ¡y todo
esto para un mes y días!... Después nos repartieron pescado importado
de Escandinavia, que nos sirvió como plato principal por espacio de
una larga temporada. Algunas mujeres embarazadas perdieron sus
bebés a causa del agotamiento, después de haber estado horas de horas
formando cola para recibir alimentos…
Nosotros vivíamos realmente en el fin del mundo, se podían ver a
lo lejos las luces de las aisladas aldeas árabes en el lado de la frontera
con Lebanón; los pantanos del lugar se extendían a nuestros pies, sobre
ellos se levantaba la pista angosta que unía a la región alta de Galilea
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¿Por qué justo yo?
con el centro del país, es decir con Tiberias, “la ciudad sureña”, la cual
nos parecía demasiado alejada.
Mi padre junto con mis hermanos mayores fueron a trabajar en los
jardines de los ashkenazitas sacando la mala hierba; en esos días, los
ashkenazitas eran muy pocos en una ciudad como Kiriat Shmoná, la
cual estaba habitada en su mayoría por sefarditas.
Este era un tipo de trabajo, aunque en esos días no se daba un pago
por él, después de todo, nadie poseía dinero, y ¿quién lo necesitaba?,
si de todos modos, los cupones era el único medio de pago que existía,
y su valor era como de dinero. No se podía comprar alimentos con
dinero en efectivo por la austeridad, y el mercado negro todavía no
había llegado a nosotros de la gran ciudad.
A veces mamá contaba las historias del pasado de la familia una y
otra vez, y nos solía decir: “¿Quieren saber como conocí a su papá?...”
Ella comenzaba a contar: “Un buen día, llegó un joven a Teherán,
la capital de Irán, montado en un asno a la capital de una ciudad
pequeña llamada Demovand. Este joven quedó huérfano a temprana
edad, y en el lugar donde vivía no tenía muchas oportunidades de
superarse, por lo cual decidió tomar su asno y viajar hacia la gran
ciudad donde esperaba tener un futuro mejor, éste era un gran paso
que no se tomaba así no más en esos días. Él arrendó un cuarto en
casa de mis padres, día a día iba tras mío para lograr conquistarme,
y por las noches, acostumbraba a arrojar piedritas a mi ventana
para llamar mi atención. Mis familiares no veían con buenos ojos
su galanteo, pero él igual continuó insistiendo tercamente hasta que
conquistó mi corazón. Fue así, que la joven maestra de Francés se
convirtió en esposa del audaz aldeano, y con el tiempo en vuestra
madre…”
Más de una vez, sentí un ligero tono de melancolía en la voz de mi
madre, ella pudo haberse casado con un doctor o un abogado, o alguien
con una educación más alta o de un estatus más alto, pero le tocaba
“conformarse” con un hombre simple como papá. Yo, le doy gracias
Dios, por haberse casado justo con él, porque si no, ¡yo no fuera yo!...
y la verdad, ¡no quisiera ser otra persona!...
Recuerdo también a Lupu, el rumano solitario y triste, un hombre
de lento hablar, y sobreviviente del Holocausto. Vivía en un pequeño
29. 29
Mi hogar, mis padres
cuarto al lado de nuestra casa, cuidaba ovejas en las montañas que
rodeaban la ciudad. Todas las tardes, con el atardecer del sol, solíamos
escuchar el sonido de la campana que colgaba en el cuello de la oveja
que iba adelante dirigiendo a las demás, las cuales venían balando
detrás de él, al concierto del rebaño se unía el sonido que hacía Lupu
cuando las llamaba con un “rrrr-rrrr”, llevándolas así a su lugar.
Cuando escuchábamos las voces, íbamos corriendo hacia las ovejas
del rebaño, agarrábamos algunas y nos montábamos en ellas como si
fuesen caballos; él nos insultaba en rumano, y nosotros nos reíamos
a carcajadas. Solo después de muchos años nos contaron algo de su
pasado, y desde ese momento paramos de reírnos de él.
Una noche, comenzó a arder la paja que se encontraba en el depósito
del lado de nuestra casa, el incendio fue tan grande, que sus llamas
llegaban hasta el cielo, consumiendo toda cosa inflamable y ocasionando
que las ovejas se escaparan por todos los lugares. Entre nuestra casa y
la de los vecinos, había un campo de espinos, todos nosotros estábamos
en línea sosteniendo mangueras en nuestras manos y echando agua al
campo de espinos para que el incendio no se extendiera hasta nuestro
jardín.
En ese mismo campo de espinos había también algunos árboles de
manzanas y viñedos, recuerdo que mi hermano mayor, quién ya a esa
edad tenía cualidades de un sargento de nacimiento, nos prohibió de
tomar siquiera una de las manzanas si aún no estaban maduras, ¡pero
tuvo menos éxito que cuando Dios hizo la prohibición a Adán y Eva en
el huerto del Edén!
En esos días, cuando todavía no existían cerrojos tan sofisticados
para las puertas, las casas siempre permanecían con las puertas abiertas
de par en par, y así como ellas, también los corazones de las personas.
Todos podían ir y venir cuando querían, a cualquier hora del día y la
noche, sin tener que preocuparse, todos vivíamos como una gran familia,
apoyándonos en las buenas y en las malas. Nos considerábamos todos
por igual, nadie tenía más que el otro, existía una verdadera fraternidad
y se preocupaban de forma genuina el uno por el otro, sin ninguna
envidia o competencia; las cuales sólo conocimos, cuando el avance y
el progreso llegaron también a nosotros.
Cuando tenía 10 años, mi hermana Ziva y yo, decidimos comenzar
a trabajar y así contribuir con los gastos de la familia. El primer día
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¿Por qué justo yo?
Mis amados padres.
de las vacaciones de verano, llegamos al amanecer a un “Moshav”,
(asentamiento agrícola independiente), allí trabajamos recogiendo
manzanas. Todo el día nos lo pasamos trabajando “como burros”, y
en la tarde, cuando fuimos a recibir nuestra paga, nos dieron el monto
que apenas alcanzaba para cubrir el costo del pasaje de regreso a
casa, concediéndonos permiso para poder tomar todas las manzanas
que cabían en nuestras manos. ¡Tal trato, lograba ofender de forma
profunda, aún a un niño de 8 años!
No los voy a abrumar más, con tantas historias de mi niñez, ya que
no estoy seguro que sean de un gran aporte, a no ser porque ayudan a
entender la forma de vida de la época. No tengo ningún sentimiento
de amargura o resentimiento por haber vivido en esta época tan dura;
al contrario, en ese tiempo éramos muy inocentes, nos contentábamos
con lo mínimo que había y éramos felices con lo que teníamos. Si mis
padres tenían malos entendidos entre ellos, lo ocultaban de tal manera
que nosotros no nos enterábamos de esto. Ellos se guardaban todas las
dificultades que atravesaban, dejándonos así a nosotros, disfrutar de una
feliz niñez. Hoy día, mirando hacia atrás, si pudiera elegir comenzar de
nuevo mi vida, ¡no escogería tener otra vida diferente de la que tuve...!
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CAPÍTULO 4
¡NOS MUDAMOS A LA GRAN CIUDAD!
Una noche, escuchamos el sonido conocido de una moto en el jardín
de nuestra casa; era mi hermano mayor Shmuel, que no hacía mucho
había terminado su servicio militar en la fuerza aérea de Israel, y en ese
momento estaba trabajando en el aeropuerto de Lod como mecánico de
aviones; llegaba a casa con una gran noticia: “¡Nos mudamos a Holón,
a la gran ciudad!”.
Mi papá no parecía muy emocionado por la idea, en cambio, mi
mamá, que para ella el avance de la familia ocupaba el primer lugar
en el orden de prioridades, logró convencer a papá, quién finalmente
terminó aceptando. A mí, nadie me consultó nada, después de todo,
era considerado tan solo un niño que no había llegado ni siquiera a
completar los 12 años.
Todas nuestras pertenencias fueron embarcadas en un camión, y
partimos juntos rumbo al sur, menos mi hermana mayor, quién ya se
había casado.
Llegamos a la casa de nuestros sueños, era un edificio blanco
de 4 pisos, subimos por las escaleras hasta el tercer piso y entramos
a nuestra nueva mansión, nos quedamos de boca abierta ante su
belleza. En la puerta de la entrada había un timbre, el cual era para
nosotros una verdadera novedad, el inodoro del baño nos impresionó
de forma especial, no tendríamos más que salir afuera en el frio al hoyo
que servía como baño, como lo solíamos hacer en las noches frías y
lluviosas del crudo invierno en la Galilea Norte. En la ventana grande
había persianas, ¡otro avance tecnológico nuevo para nosotros que no
habíamos conocido en Kiriat-Shmoná!
Ahora estábamos menos apretados, ya que la casa contaba con
2 dormitorios y una sala. A pesar de que habíamos dejado a Galilea,
Galilea no nos había dejado a nosotros, también aquí en Holón al igual
que allá, nuestro departamento era el primero de la calle.
Yo me sentía como ese chico que llega por primera vez en su
vida del pueblo a la gran ciudad, mirando sorprendido todas las cosas
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¿Por qué justo yo?
grandiosas que existen allí, todo me parecía nuevo, grande y diferente,
¡aquí sí había una playa de verdad! El estruendoso sonido de los aviones
Mirage que surcaban los cielos de Kiriat Shmoná, fueron cambiados
por los aviones de pasajeros que sobrevolaban el cielo de la ciudad
con destino al aeropuerto y las luces de aterrizaje que centellaban en el
oscuro cielo, me producían una gran emoción.
En mi nuevo colegio conocí chicos totalmente diferentes de los
que había conocido en Kiriat Shmoná. Recuerdo, una vez que a un
compañero de clases se le ocurrió hacerle una broma al maestro de
“Tanaj” (La Biblia), hizo explotar una bomba de mal olor en el medio
de la clase, el maestro simplemente cerró las ventanas, ordenándonos
que nadie se atreviera a abrirlas nuevamente ¡y se fue dejándonos a
todos sofocarnos con el terrible olor! Después de este hecho, comencé a
admirar de forma especial a este profesor, su nombre era Meir Tzubari,
poseía una habilidad extraordinaria para contar las historias bíblicas de
tal forma que lograba revivir a los héroes de la Tanaj e identificarse con
ellos, y yo era un fiel admirador suyo, pues estaba seguro que se sabía
toda la Tanaj de memoria.
Esperaba ansioso mi clase preferida, ya que amaba el libro de los
libros: la Tanaj y hasta el día de hoy me gusta estudiarla y esto se lo
debo en gran parte al maestro Tzubari. A excepción de estas y las clases
de educación física y de agricultura, no me agradaba estar en el salón de
clases y mucho menos las tareas que nos dejaban para la casa.
El año que llegamos a Holón, estaba en la edad de Bar-Mitzvá
(13 años) y comencé a asistir a las reuniones del movimiento juvenil
llamado: “Noar Haoved”, después de un año me pasé al movimiento
juvenil “Ha Shomer Hatzair”, me gustaban mucho estas reuniones, pero
dejé de asistir a ellas cuando comencé a frecuentar las fiestas de salón,
donde veía como los muchachos de los grados superiores galanteaban a
las chicas de mi clase, aprendiendo de este modo a encontrarle “el gusto
a la vida”. El cambio tan brusco de un mundo cerrado de la sinagoga
en Kiriat Shmona a uno liberal como Holón, hizo que poco a poco me
convirtiera en un muchacho no religioso y liberal, por supuesto que mis
padres no estaban contentos con este cambio.
En Holón, no teniendo mas opción, tuvimos que comenzar a asistir
a la sinagoga de los ashkenazitas, pero no pudimos integrarnos en ella,
nos hacía falta nuestros acostumbrados cánticos persas, con los cuales
habíamos crecido desde muy temprana edad. Después de varios años,
33. 33
¡Nos mudamos a la gran ciudad!
El de sombrero soy yo. En Eilat donde me prometí,
que nunca llegaría a ser un drogadicto.
nos mudamos del edificio de la calle Rosh Pina a un departamento de
un cuarto y medio con jardín, el cual estaba ubicado en una de las zonas
más pobres de la ciudad, poco a poco fuimos agregando nuevos cuartos
a nuestro pequeño departamento.
En esta urbanización vivían muchos judíos provenientes del medio
oriente, cerca al parque encontramos una sinagoga conforme a las
costumbres, no pasó mucho tiempo y dejé de asistir a la sinagoga por
completo, luego de un acontecimiento que marcaría a toda mi familia,
el cual sucedió de este modo:
Fue en “Rosh Hashana” (Año nuevo judío), en ese entonces yo
tenía 16 años, esa mañana me rehusé a levantarme y tender mi cama, mi
hermano enfurecido me levantó la voz y gritó: “¡Si no estas dispuesto a
comportarte como es digno de un hijo de familia, levántate y vete de la
casa!”. Nadie se imaginó que me iba a tomar tan en serio sus palabras;
así que me levanté, me puse mis pantalones jeans, una camisa roja y
zapatillas, y me fui de la casa por primera vez en mi vida, solo, sin un
centavo en mis bolsillos proseguí mi rumbo, sin tener ni la más mínima
idea de a donde me dirigía. Por primera vez en mi vida, me robé una
sandía de un kiosco, la tiré al suelo para partirla y calmé mi hambre y
sed con ella.
34. 34
¿Por qué justo yo?
Después de esto, proseguí mi camino hacia la parte norte de
Neguev, al “kibutz” (comuna colectiva israelí basada en los principios
de socialismo) donde vivía mi otra hermana, quien habiéndose revelado
a las prohibiciones de mi padre, decidió abandonar la casa antes que yo.
No le conté por supuesto, que me había ido de la casa, mi hermana se
alegró muchísimo cuando me vio. Al día siguiente, me equipé con una
mochila, un cortaplumas y “tomé prestado” unos cuantos alimentos del
comedor del kibutz, continuando así mi camino hacia el sur.
Rápidamente me encontré holgazaneando junto a una banda de
chicos que llevaban el cabello largo y de ropas desaliñadas, en las
costas de la playa de Eilat. Fue en Eilat, que “descubrí” lo que era
fumar, hasta ese tiempo no había probado un cigarro, allí me uní a un
grupo de sujetos, con los cuales no conviene encontrarse en alguna calle
desolada por la noche. Estos holgazanes siempre estaban tendidos en
sus hamacas, de día y de noche, aturdidos por el efecto de las drogas,
balbuceando extraños e interminables sonidos. Como eran extranjeros
en el país y haraganes por naturaleza, no sabían arreglárselas para vivir,
así que yo les enseñé a juntar los tablones de las cabañas abandonadas
y construir chozas para que puedan vivir en ellas a orillas de la playa.
Construimos un pequeño barrio en un bosquecillo cerca de uno de
los hoteles ubicado a orillas de la playa. Fueron días y noches en los que
escuché a los drogadictos por largas horas delirando de desesperación
diciendo: “¿Quién me puede dar un poco de opio?”, mientras mi corazón
se llenaba de compasión por ellos. A pesar de que había probado una
leve dosis de drogas y de las circunstancias en las que me encontraba,
rápidamente llegué a la madura conclusión ¡de que yo, drogadicto
nunca sería!
Una noche la policía realizó una inspección por nuestra área, los
policías estaban en búsqueda de los responsables de un gran robo en
la playa; alumbraron con una luz muy fuerte a mi pequeña choza. A
pesar de que no estaba involucrado de forma personal en el robo, la
policía me tomó por sospechoso, uno de los policías me preguntó por
mi nombre, y cuando me identifiqué, de inmediato vinieron a mí el resto
de sus compañeros y comenzaron a gritar: “¿Eres tú Jacob Damkani,
al que todo el país anda buscando? ¿Cómo haz sido capaz de hacer
una cosa así a tu madre? ¡Están anunciando de tu desaparición aún en
la radio!”. De inmediato me llevaron a la estación de policía, y al día
siguiente mis padres llegaron a Eilat para llevarme de regreso a casa.
35. 35
¡Nos mudamos a la gran ciudad!
Era la primera vez que mis padres habían estado en Eilat desde
que llegaron a Israel, yo me moría por llevarlos a la playa, para que
vean cómo su hijo había vivido allí, así que les dije: “¡Vengan a ver
el lugar por dónde pasó el pueblo de Israel el mar Rojo!”, supuse que
un acontecimiento bíblico de esta magnitud, iría a llamar su atención,
no me importó que lo que estaba diciendo era algo distorsionado de la
verdad, ya que no aconteció precisamente en este lugar...
¡Cuán grande sería mi decepción, al ver que ellos ni siquiera se
emocionaron un poquito con la idea!, no se interesaron en lo absoluto
por observar los paisajes o por los sitios arqueológicos; todo lo que en
ese momento les importaba era recuperar al hijo perdido.
Pensé para mí mismo: “¡Cuán bueno sería si se quedaran al menos
un día conmigo en la playa, y disfrutaran como yo lo hacía, de la
calma, de nadar y broncearse con los rayos solares en la ciudad del
verano eterno!”. Pero ellos no se quedaron en Eilat, ni siquiera una hora
innecesaria, sino que me llevaron en el primes bus con rumbo al norte,
recuperando de esta manera la honra de la familia.
Sólo después, me enteré por otras personas de cuánto mi madre
había sufrido en esos largos meses que me fui de casa, me contaron
que mi madre deambulaba, llena de dolor por las calles de la ciudad,
lamentándose como si llorara a un hijo que murió: “¿Jacob, hijo mío,
dónde estás?, ¡Jacob, hijo mío, vuelve a casa!”.
A mi regreso a Holón, volví a asistir al colegio, pero esta vez
a un colegio nocturno, estando allí, mi imaginación volaba y yo me
encontraba en otros mundos lejanos y mágicos, físicamente estaba en
la silla del colegio, pero en mi alma yo estaba divirtiéndome en las
playas de Eilat. No pude acostumbrarme al ritmo de las clases, y en
poco tiempo abandoné totalmente los estudios, no sólo dejé de asistir
al colegio sino que también dejé de asistir a la sinagoga. Mi vida la
pasaba entre Holón, Jerusalén y Eilat divirtiéndome y de vez en cuando,
me daba un salto por mi casa, hasta que un buen día llegó el aviso del
llamado al ejército.
Antes de que fuera a Eilat, la mayoría de mis amigos eran del
colegio, pero cuando regresé comencé a frecuentar amistades de barrios
bajos, entrando así en un mundo nuevo y extraño, un mundo del que yo
no había sabido de su existencia hasta ese momento.
36. 36
¿Por qué justo yo?
Un día, se me acercó uno de los del grupo, y me ofreció acompañarlo
a “traer dinero”, ¡así lo llamaba!, yo pensé que de verdad alguien le
debía dinero, y que quería que vaya con él para ayudarlo a cobrar lo
que le debían. De pronto, comenzó a explicarme lo que tenía que hacer,
esta fue mi primera clase de “las artes del asalto”: “Primero, tocamos
la puerta, para cerciorarnos si hay gente en la casa” me dijo “¡Si no hay
nadie, yo entraré en la casa y tú te quedarás afuera cuidando; si ves a
alguien que se acerca, me das aviso con un silbido!”. Así fue mi inicio
en este camino llamado “el bajo mundo”.
A pesar de la dureza externa que proyectaban este tipo de personas,
rápidamente pude darme cuenta que era sólo una coraza que cubría un
corazón sensible y vulnerable, como no hay muchos. Reinaba en este
grupo lo que se conoce como “fraternidad de los delincuentes” de una
forma real y palpable, no existía casi nadie que se guardara el botín
para sí solo, sin compartirlo con los demás. No olvidaré una historia
que escuché sobre uno de los asaltantes más brillantes de ese tiempo,
la vez que entró por equivocación a la casa de unos indigentes, cuando
se levantaron por la mañana, ¡tan grande fue su sorpresa al encontrar
una gran suma de dinero que él había dejado en la cuna del bebé!
Hoy en día ¿dónde se pueden encontrar personas que den dinero sin
proclamarlo a los cuatro vientos, tal como lo hizo este asaltante?
Comencé a cuestionarme: ¿Adónde me conduciría este nuevo
camino que estaba siguiendo?, después de todo, un hombre armado
con una pistola, no puede andar por las calles de la ciudad sin levantar
sospecha alguna. Un día, mi hermano encontró el manojo de llaves del
carro que había traído a casa y se lo contó a mi madre, ella se asombró
muchísimo, no quería creer que uno de sus hijos, que ni siquiera era
capaz de matar una mosca, pueda estar metido en algo tan sucio, y me
defendió vehementemente; no estaba dispuesta a escuchar la voz de la
lógica para ni siquiera formularse preguntas como: ¿Adónde salía por
tantas horas cada noche y regresaba al amanecer a dormir en horas que
toda persona normal tendría que estar trabajando?
Como punto a mi favor, diré que en ese tiempo, poseía también un
trabajo que no estaba relacionado con el mundo de la delincuencia en lo
absoluto; en el día trabajaba como contratista de trabajos en hierro; el
hecho de trabajar en forma independiente me permitía fijar un horario
de acuerdo a mi conveniencia y disponer tanto de las horas de trabajo
como de las horas libres que deseara.
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¡Nos mudamos a la gran ciudad!
Mi forma de vivir, no sólo afectó mi comportamiento en general,
sino también mi forma de pensar, originando un cambio del orden de
mis valores. Lentamente, iba desapareciendo de mí, esa emocionante
experiencia que sentí junto a la estatua del león en Tel-Jai, y sin darme
cuenta, comencé a rebelarme contra cualquier autoridad, primero me
rebelé en contra de mis padres, después en contra de mis profesores y
rabinos; esta situación llegó a tal punto, que cualquier persona vestida
de uniforme lo consideraba como a un enemigo latente del cual debía
cuidarme, consideraba a la policía como una autoridad contra la cual
había que rebelarse y “reformarla a toda costa”.
Poco a poco, esta actitud negativa que había desarrollado hacia el
uniforme de los policías, se proyectó también hacia cualquier tipo de
uniforme. Este cambio drástico en mi forma de pensar, ocurrió de una
manera muy lenta y gradual, de pronto me encontré diciendo que no
estaba dispuesto a vestir el uniforme del ejército y que no me enrolaría
al ejército, ¿dónde quedó aquel patriota de Kiriat Shmoná, que juró
solemnemente defender a su patria, tal como lo hizo Trumpeldor en su
época?, ¿dónde quedó ese niño que no estaba dispuesto a esconderse
en los refugios de guerra del enemigo, sino luchar hasta el final?, ¿de
dónde salió este “desertor del ejército” que estaba enfrente de mí? ¡Esta
actitud, no me la podía explicar ni siquiera a mí mismo!
Llegó el día de presentarme a la oficina principal de reclutamiento
del ejército, situada en Tel-Hashomer. Allí estaba yo, con una cabellera
larga hasta los hombros, lleno de hostilidad e indignación hacia la
institución, que a mi forma de ver, lo único que hacía era aprovecharse
y sacar partido de “los negros” (es decir los sefarditas: judíos del medio
oriente).
Desafortunadamente, en el ejército, no se dejaron impresionar
por mi actuación de rudeza fingida; por mi parte comencé a hacer de
todo, para no tener que servir en el ejército, decidí que no iba a ser
“el tonto de nadie”. La primera semana en el ejército, en la etapa de
entrenamiento básico, en una de las formaciones pedí que me dejaran ir
a la boda de una de las chicas del barrio; frente a las miradas sarcásticas
de los demás soldados, mi comandante me bombardeó con maldiciones
e insultos; yo no pude soportar tal humillación, apenas terminó la
formación, abandoné la base, de la cual me ausenté por 17 días.
Una madrugada, a las 3 de la mañana, estaba sentado en el césped,
debajo del árbol de guayaba de nuestro jardín en compañía de un amigo,
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¿Por qué justo yo?
el cual como muchos otros del barrio tenía experiencia en temas del
ejército y había logrado evadir el cumplimiento del servicio militar. De
pronto se llenó el ambiente de tensión, mi amigo, que sabía diferenciar
muy bien el sonido de los agentes de la policía militar, logró escucharlos
antes de que lograran llegar a mi casa, y me dijo: “¡Escápate!”, corrí
tan rápido y lejos como pude, me escapé por el jardín del vecino y
desaparecí del lugar. Mi amigo se quedó tendido en el césped, como
si él no supiera nada, dejando a los agentes de la policía militar, con
mucha tranquilidad, esposarlo y llevarlo a la patrulla, permitiendo
todo esto con la finalidad de darme tiempo para escapar. Mi padre, que
mientras tanto había salido de la casa, al ver que se habían confundido,
comenzó a gritarles: “¡Tontos, ese no es mi hijo, seguro que el se escapó
por ese lado!”, apuntando con dirección hacia el jardín del vecino, pero
yo ya había desaparecido...
Al diecisieteavo día, fui encontrado por la policía militar en la
playa de Eilat, me juzgaron y mi sentencia fue de 35 días en la cárcel
militar. Estando aún en el barrio, había aprendido del grupo algo muy
importante: “No dejarlos que me transfirieran de la base principal, sin
primero ir al psiquiatra”. En las formaciones cuando leían la lista de los
nombres de los soldados, para enviarlos a sus lugares de entrenamiento,
me negaba a responder al momento que decían mi nombre, logrando
así, que me dieran una orden para ir al psiquiatra. Fue sólo después
de esta cita, que les permití trasladarme a una base de artillería en
Samaria; con la ayuda de unos amigos de Jerusalén, logré convencer
a mi comandante de que no estaba apto para el servicio militar, de
esta manera cuando llegué al psiquiatra, el terreno ya estaba listo y así
después de casi medio año fui dado de baja del ejército por “falta de
adaptación”, llegando así el final de mi servicio militar.
Mi situación iba de mal en peor, el sábado de Yom Kipur de
1973, cuando se escuchó la sirena de alarma, anunciando que había
comenzado la guerra, yo me encontraba vagando en el departamento de
uno de los pocos amigos que quedaron del grupo en Holón, ninguno de
nosotros tenía la más mínima intención de bajar a los refugios de guerra
del edificio y menos aún, pensar en asistir a la sinagoga en este día, que
es considerado como el más santo para los judíos. De todos modos,
venían a mi mente pensamientos que me incomodaban, causándome
remordimiento por no ir a la sinagoga justo en un día tan santo, pero
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pudo más mi razonamiento al que había llegado con anterioridad, de que
la sinagoga no tenía nada para ofrecerme, sumándose a ello, la rebeldía
que había crecido en mi interior hacia las autoridades, incluyendo
también a los rabinos y todo lo que tenga que ver con ellos. A Dios no lo
conocía, así que no le debía rendir cuenta alguna de lo que hacía, “Todos
pecan por igual, ¿por qué yo solamente tengo que rendirle cuentas
a Dios?”. Para mí, el mundo se había reducido a las cuatro paredes
donde nos encontrábamos con mis amigos divirtiéndonos a nuestras
anchas, y todo esto, ¡en pleno Yom Kipur! Estábamos asombrados de la
oportunidad que se nos presentaba frente a nuestros ojos, poder entrar
a las casas de las personas que desesperadas bajaban a los refugios del
edificio y llevarnos todas las cosas que quisiéramos, pero felizmente,
aunque hablamos al respecto, no hicimos nada de eso, en esa época, no
éramos capaces de cometer actos tan ruines .
En esos días, me sentía tan avergonzado cuando caminaba por
las calles, no se divisaba ningún hombre joven a la vista, solamente
mujeres, niños y ancianos quedaron en los alrededores y una atmósfera
de guerra inundaba todo el país. Fue allí, cuando me arrepentí de haber
desertado del ejército, incluso intenté, por la influencia de mi hermano,
ofrecerme de voluntario en el ejército, pero me rechazaron. No me
quedó más que andar por las calles, soportando las miradas de asombro
que iban dirigidas hacia mí.
Con un lápiz y papel en la mano, con la infantería en Samaria.
¡Nos mudamos a la gran ciudad!
40. 40
¿Por qué justo yo?
¿Qué pasó con ese patriota de Kiriat Shmoná?
Siempre estuvo
dentro de mí la
gran pregunta:
¿Para qué estoy
aquí en este
mundo?
41. 41
CAPÍTULO 5
¡SALI AL GRAN MUNDO!
Un buen día, decidió el grupo de delincuentes que frecuentaba
hacer una “visita de cortesía” a una de las sucursales de un gran banco
en una ciudad del centro del país y “revisar la situación de las cajas
fuertes del banco”. Ellos todavía se encontraban en medio del robo,
cuando de pronto la policía rodeó el lugar, logrando detenerlos a todos.
Para mi buena suerte, yo no había participado en este robo, pero a partir
de este acontecimiento, la policía comenzó a rondar los departamentos
de la urbanización donde yo vivía, que se caracterizaba por ser la cuna
de la delincuencia. Cuando me di cuenta que las cosas comenzaron a
ponerse difíciles, pensé en la posibilidad de irme del país.
Mi hermano Shmuel, quien fue el que nos trajo a Holón, vivía
en ese tiempo en Copenhague, en Dinamarca, comenzó a trabajar en
una aerolínea de Dinamarca y luego puso una joyería en una de las
principales calles de la ciudad. “¡Sería bueno ir a visitarlo!”, me dije
a mí mismo; y así un día de otoño me encontraba en el aeropuerto
internacional de Dinamarca. Había planeado quedarme con él por un
corto tiempo, pero al final mi estadía se prolongó dos meses, después de
los cuales llegué a la conclusión de que Europa no era para mí, la gente
era demasiada fría y distante, y no pensé que algún día iba a aprender
el idioma Danés. En esos días, escuché del gran auge que había en
Australia en el área de construcción, y como yo tenía experiencia en
trabajo con hierro y en todo lo relacionado al área de construcción; hice
planes de viajar a Australia y ganar mucho dinero a la brevedad posible,
pero Dios no lo quiso así, mi hermano me contó que era dueño de unas
tierras en las islas Bahamas y me convenció de ir allá y construir un
hotel en ese terreno.
Me dijo en tono molesto: “¡Sal ya de las drogas, y compórtate como
uno de nuestra familia!, siempre fuimos una familia unida y calurosa,
¿para qué necesitas adoptar esa actitud estrafalaria?, solamente tú, eres
el único que anda vagando y juntándose con delincuentes. ¿Cuándo
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¿Por qué justo yo?
llegará el día en que por fin seas un hombre sensato en tu manera
de pensar?, ¡Anda a Freeport, estoy seguro que si unimos nuestros
esfuerzos como familia, haremos historia!, allí podrás aprovechar todo
el potencial de tus habilidades”.
Comohermanomayor,Shmuel,sesentíaresponsableporenseñarme
a como comportarme en un país extraño, e intentó con todas sus fuerzas
enderezar mi conducta, me proveyó de los papeles de propiedad del
terreno, y me envió rumbo a Luxemburgo, de allí tome el primer avión
con destino a las islas Bahamas.
Cuando aterrizó el avión en el aeropuerto de Nassau, me preguntó
el agente de migraciones, cuánto dinero llevaba conmigo, en un
arranque repentino de sinceridad, le dije la pura verdad, de que no tenía
ni siquiera 70 dólares. El agente se rió de mí, y me dijo: “¿Que piensas
hacer aquí con sólo 70 dólares?”, firmó mi pasaporte y me comunicó
que subiría al primer avión de regreso a Copenhague. Me decía a mí
mismo: “¿Por qué se me ocurrió decirle la verdad? Me dirigí al director
del aeropuerto y le mostré los documentos que mi hermano me había
dado, me presenté como un hombre de negocios, dueño de un terreno
en la isla Freeport y le comuniqué mis intenciones de invertir en el
desarrollo del terreno. Agregué: “Me están esperando en Freeport, en
mi visita anterior al país me asaltaron, es por eso que prefiero no llevar
dinero en efectivo”.
El director del aeropuerto se impresionó mucho con mi actuación,
corrigió lo que habían escrito en mi pasaporte y al día siguiente, después
de haber pasado la noche en un carro abandonado que encontré en el
estacionamiento del aeropuerto, proseguí mi camino hacia Freeport.
Cuando llegué a Freeport, le pedí a un taxista de “piel oscura”
que por favor me llevara a la “zona donde estaban construyendo”, él
me quedó mirando como si fuese de otra galaxia, y me dijo: “¿De qué
estás hablando?” Le respondí en mi inglés mal hablado: “lléveme a
cualquier lugar donde estén construyendo, estoy buscando trabajo”.
Él me contestó: “¿De qué sitio de construcción estás hablando? ¡hace
muchos años que no se construye nada en las islas Bahamas, existe una
gran recesión económica y no hay más construcciones en las islas!”
Inmediatamente le exigí que se detuviera, ¡no estaba dispuesto a gastar
mis últimos dólares en un viaje en taxi! Bajé del taxi y comencé a
contemplar a mi alrededor, ¡la isla era espectacularmente hermosa,
43. 43
¡Salí al gran mundo!
una verdadera perla! Las avenidas por las que pasé, estaban llenas de
palmeras y en todo lugar crecía abundante vegetación tropical, habían
largas extensiones de césped tan verde y cuidado, alfombras de flores
cubrían las calles y los jardines de los elegantes chalets; la ciudad estaba
adornada con muchas fuentes de agua por todos lados, se podía ver a
corta distancia la arena blanca de las playas, por debajo de las cuales
emergía el mar cristalino de un color entre azul fuerte y verde turquesa,
a través del que se podía ver hasta el más lejano horizonte. La limpieza
en el lugar era impresionante, y el paisaje era espectacular, los autos
americanos se deslizaban silenciosamente por las carreteras tan bien
pavimentadas, yo no podía salir de mi asombro de todas las maravillas
que mis ojos contemplaban, era como si hubiese llegado al jardín del
Edén.
Rápidamente me encontraba tendido en el césped, cerca a un hotel
muy lujoso, con mi maleta marrón a mi lado, mientras que por mi
mente pasaban muchos pensamientos: “Cuán hermoso es estar aquí en
“este jardín del Edén”, ¿qué personas me tocará conocer?, ¿qué estarán
haciendo ahora mi familia y mis amigos del grupo en la lejana Israel?,
¿qué me esperará aquí en esta isla?, ¿cómo encontraré el terreno que
compró mi hermano?, y ¿donde pasaré la noche?...”.
Siempre me gustaron las aventuras y los desafíos que presenta el
gran mundo, aterrizar donde sea y arreglármelas de alguna manera,
disfrutar de lo inesperado, vivir cada momento con intensidad así como
en Eilat.
Dos jóvenes de piel oscura, delgados, pobremente vestidos
aparecieron de la montaña que estaba enfrente de mí, por sus caras se
podía ver que eran personas de mal vivir, pero a pesar de esto se percibía
una alegría en ellos, los llamé y comencé a conversar con ellos, les conté
que era de Israel, por sus miradas turbadas, pude darme cuenta que no
sabían de que les estaba hablando, no habían ni siquiera escuchado de
Jerusalén. Les pregunté donde podía encontrar trabajo y un lugar donde
dormir, sólo a la segunda pregunta me pudieron dar una respuesta, me
dijeron: “¡No te preocupes, ven con nosotros, todo va a estar bien!”
acepté la invitación y me uní a ellos, nos divertimos juntos, esa fue
la primera vez que probé marihuana. Al anochecer, me ofrecieron
acompañarlos al lugar donde vivían, me fui con ellos y rápidamente
llegamos a una urbanización donde había casas de un solo piso y con un
jardín externo, para mi asombro, pude ver cómo ellos entraban en una
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¿Por qué justo yo?
de las casas por la ventana, el lugar estaba abandonado y tenía un olor
repugnante; ellos me contaron que este lugar fue habitado por negros
pero que los blancos vinieron y los expulsaron de allí, y que estas casas
iban a ser remodeladas para ser ocupadas por los blancos, pero que por
ahora se encontraban vacías.
Todas las noches dormía allí, y a la salida del sol abandonaba
la casa; poco después, me llevaron mis dos amigos a una panadería
muy grande, me dijeron: “Esta panadería es como toda las fábricas,
mejor dicho, como toda la ciudad, pertenece a algún hombre blanco,
pero todos los hombres que trabajan en ella son negros, y ellos nos
ayudarán; así que entraremos por la puerta trasera y cogeremos todo
cuanto podamos, de todas formas, ¡nadie se dará cuenta!”.
Así lo hicimos, entramos y en solo un minuto salimos con las
manos llenas de nuestro botín: pan, tortas y otros pasteles que había
en la panadería, y nadie sospechó de nosotros, tampoco nadie hizo
pregunta alguna, el hombre blanco dueño del local, no se encontraba,
y los trabajadores negros de verdad colaboraron con nosotros. De esta
manera, se ganaban “el pan de cada día” mis nuevos amigos.
En la isla Freeport había un casino, pero la entrada estaba sólo
permitida a blancos, así que aprovechando el color claro de mi piel
(relativamente para las personas del lugar) pude entrar en él. No tenía
dinero para apostar pero por supuesto tenía muchas ideas con las que
podía armar un plan, con toda la experiencia que había obtenido en
Holón; me vino a la mente una idea brillante:
“¿Por qué no hacer que mis amigos negros trabajen para mí, de este
modo yo sería el jefe y podría quedar limpio de toda mancha?”, comen-
cé a estudiar el lugar, a seguir a las personas que solían apostar grandes
sumas de dinero, pensaba: “Cuando alguno de éstos, salga cargado de
dinero en los bolsillos, daré inmediatamente aviso a mis amigos que es-
tarán esperando afuera para hacer su trabajo y le quitarán todo el dinero
que trae, después nos repartiremos entre todos el botín...” Mis dos ami-
gos se emocionaron con la idea, ésta era la oportunidad de sus vidas que
tanto habían esperado para ejecutar una operación tan osada, “como las
que se ven en las películas”, pero cuando llegó el momento de realizar
la operación, no fueron capaces de hacerlo, al parecer ¡no eran tan va-
lientes como decían serlo...! Tuve que limitarme a renunciar a mi plan,
pero a mis visitas al casino no estaba dispuesto a renunciar.
Una noche, cuando estaba saliendo del casino, logré escuchar el
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¡Salí al gran mundo!
sonido del idioma árabe, afiné bien mis oídos y me di cuenta que los
que hablaban eran tres marinos, cuando me acerqué a ellos me contaron
que trabajaban en un buque petrolero de Libia que estaba anclado en el
puerto, y que se quedarían tres días en la isla, ellos se alegraron mucho
de conocer a alguien que supiera hablar árabe, aún un árabe tan pobre
como el mío, su trato hacia mí no cambió en lo absoluto cuando les
conté que era de Israel, por el contrario, me invitaron entusiasmados a
quedarme con ellos para cenar juntos en el hotel donde se hospedaban,
acepté gustosamente la invitación.
Aquí por primera vez, conocí lo que se llama “la buena vida’que se
pasa en un hotel de 5 estrellas; uno de los marinos, Mohamed, me invitó
a quedarme en el hotel, enseñándome como se vive en un hotel tan
lujoso. Nunca en mi vida había pensado que existía esta clase de lujos,
¿cómo fue que llegó un muchacho tan simple como yo de Kiriat Shmona
a un ambiente tan lujoso como éste?, ¡pensé que estaba en un cuento
de hadas...! Fui invitado a cenar con mis anfitriones en el restaurante
del hotel, fue allí que me encontré frente a un gran problema: ¿cómo se
debe comportar en una mesa tan suntuosa como ésta?, y ¿cómo se usan
tantos cubiertos, y la gran cantidad de estupendos platos de porcelana y
todas las copas de los multicolores cócteles tropicales?, en cada comida
servían muchos platos extraordinarios, ¡y yo que ni siquiera sabía comer
con el tenedor y cuchillo correctamente!
¿Cómo se paga tanto lujo? ¿Y quién pagará por todo esto?, cada
uno tomaba el lapicero y firmaba el vale que le presentaban, de este
modo se cobraba la comida de acuerdo al número de cuarto del huésped,
¿y quién pagará mi cuenta?, ¡pierde cuidado!, el rico gobierno de Libia
cubriría los gastos de esta suntuosa invitación.
Este método me agradó muchísimo, y mi imaginación trabajó horas
extras, ¡sí es tan fácil!, si sólo se tiene que firmar a la cuenta del número
de habitación, ¿por qué no sacarle el máximo provecho?
Pasados los tres días, mis anfitriones de Libia tenían que dejar el
hotel y regresar a su barco, le dije a Mohamed en una mezcla de árabe
e inglés: “Ustedes estarán de vuelta en alta mar, de todos modos nadie
podrá ubicarlos, ¿por qué no le dices al recepcionista que perdiste tu
llave, y me la das a mí para que pueda seguir viviendo aquí?” Mohamed
se emocionó con la idea, con un brillo especial en sus ojos de esperanza,
me dijo: “¡Si Dios quiere, llegará ese día en que te veamos regresar en
paz a Jerusalén!”
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¿Por qué justo yo?
En el momento de nuestra despedida emotiva, casi hasta las
lágrimas, Mohamed me dio la llave de su habitación, yo por mi parte
seguí viviendo en el hotel, cargando todos mis gastos a la cuenta del
gobierno de Libia. Disfruté al máximo cada minuto de la buena vida del
hotel, las piscinas, las exquisitas comidas y del room service, la pasaba
tan bien que comencé a sentirme tan cómodo como en mi casa.
Un día, encontré a los dos muchachos de color con los cuales había
entablado amistad cuando recién llegué a la isla, estaban tirados en el
céspedenelmismolugardondeloshabíavistoporprimeravez,eracomo
si el tiempo no hubiese pasado, no se emocionaron mucho al verme, y
cuando les pedí que me llevaran a la casa donde había escondido mi
maleta marrón, se negaron inmediatamente, al parecer ellos ya habían
dispuesto de ella, hasta ese momento todavía creía en la integridad de
los hombres y también en la “hermandad de los delincuentes”, la cual
había aprendido en el grupo de Holón. Pero esta vez me tocó entender
que en el gran mundo las personas no se consideraban una gran
familia, y conceptos como fidelidad, mutua ayuda y hermandad no eran
considerados como algo explícito; ¡yo que hasta les había comprado
comida con lo último que me quedaba de mi dinero y ahora, me trataban
como un desconocido!
Tenía que encontrar mi maleta a como de lugar, así que me vi
obligado a usar de un poco de fuerza física, con la finalidad de que me
llevasen al sitio donde se encontraban mis pertenencias. Regresé al hotel
5 estrellas donde vivía, decepcionado de ver tanta falta de honestidad de
parte de esta gente ingrata.
Pasaron los días y las cosas seguían su curso normal hasta que una
tarde, me llamó el recepcionista del hotel y preguntó por mi nombre,
¡soy Ahamed Ali! le contesté inmediatamente con toda espontaneidad,
explicándole que pertenezco al equipo del buque de Libia, a lo que
él me respondió: ―¡Pero, ellos dejaron el hotel hace una semana!,
―¡es cierto! ―repliqué, ―¡Pero el capitán del buque me dejó en la
isla, a la espera del próximo buque que está por arribar, les hace falta
trabajadores profesionales en el barco!
¡No podía creer las palabras que habían salido de mi boca!, ¡no
me imaginé que fuera tan fácil mentir! El recepcionista levantó el
teléfono y comenzó a llamar al puerto, para mi buena suerte, no obtuvo
ninguna respuesta. Le propuse que intentara llamar al día siguiente por
la mañana, el pobre sintió tantos sentimientos de culpa, que no cesó
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de pedirme disculpas repetidas veces. Está de más decir, que al día
siguiente antes de que el sol saliera, yo ya me había esfumado del hotel.
En mis primeros días de visita al casino, conocí a un israelí, el cual
trabajaba al costado de las mesas de apuestas, al escuchar de mi “difícil
situación de vivienda”, me invitó a quedarme en el lugar donde vivía.
Él conocía a la perfección lo que ocurría en la isla, y me aseguró que el
hombre que vendió el terreno a mi hermano, ¡no era el verdadero dueño
del terreno!, estafas como estas se veían a diario y eran tan comunes en
este ambiente como también lo eran en la cercana Florida.
Cuando me enteré que Florida estaba tan cerca de las islas Bahamas,
se iluminaron mis ojos. En ese tiempo, todavía no sabía que ¡Estados
Unidos se encontraba a la vuelta de la esquina!, este israelí me contó
que las posibilidades de encontrar trabajo en la isla eran ínfimas, y que
si quería tener éxito en la vida, tenía que ir a Estados Unidos. Él me
presentó a los líderes de la comunidad judía del lugar, y uno de los
sábados visité la sinagoga, ellos quedaron conmovidos a misericordia al
ver a un israelí inmigrante indigente, fue así que uno de ellos me compró
un boleto de avión para Miami Florida regalándome además otros 100
dólares. La misma semana, me despedí de la isla de mis sueños, lleno de
esperanzas con rumbo a “¡la tierra de las grandes oportunidades, donde
todo es posible!”
Brooklyn, en la
boda de Michael.
¡Salí al gran mundo!
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¿Por qué justo yo?
CAPÍTULO 6
¡NUEVA YORK, NUEVA YORK!
Si hasta ese entonces pensaba que un departamento de 2 cuartos y
medio en un edificio de Holón era la realización de mis aspiraciones y
mis sueños, no sabía lo que estaba a punto de ver en Estados Unidos.
En el momento que las llantas del avión tocaron la pista de aterrizaje
de Miami, ¡no lo podía creer, estaba en Estados Unidos!, ¡donde todo
es más lujoso, más grande, y mucho más caro! Comencé a caminar
como sonámbulo por las calles de la gran metrópolis, deslumbrado
y confundido de los que mis ojos veían, asimilando las figuras, los
sonidos y los olores. Me sentí mareado completamente al contemplar
los serpenteantes y gigantes puentes de distintos niveles que llegan a las
autopistas rápidas de numerosos carriles, ¿cómo se puede ubicar uno en
el carril correcto sin tener que perderse?
Los destellos de las luces brillantes y multicolores de los carteles
de las propagandas, no cesaban de apagarse y encenderse nuevamente,
formando gradualmente figuras completas que después desaparecen
para luego nuevamente aparecer; todo esto era raro y apasionante para
un muchacho como yo que venia de una ciudad pequeña.
¿Y qué es lo primero que hace un muchacho Israelí de 21 años
cuando llega a Estados Unidos?... ¡Busca un trabajo por supuesto!,
me quedé en Miami una semana y días buscando trabajo, pero mis
esfuerzos fueron inútiles, sin tener otra opción, decidí viajar a Nueva
York y visitar a Michael, a quien había conocido en Israel.
Michael era un muchacho de Brooklyn, sus padres eran unos
judíos religiosos adinerados y habían decidido mandarlo a Israel. Ellos
deseaban con todo su corazón que su hijo querido se convirtiera en un
gran rabino en Israel, siempre se preocuparon de que no le faltara cosa
alguna y depositaban una buena suma de dinero cada vez que veían
que su estado de cuentas disminuía; lo que ellos no sabían era a qué
se dedicaba en realidad, su adorado hijo. La verdad era que Michael
no estaba interesado en estudiar Torá en lo absoluto, en cambio
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¡Nueva York, Nueva York!
prefería frecuentar los pubs, bares y night clubs de la ciudad santa de
Jerusalén en lugar de estar en la escuela rabínica. Esa era la época en
que yo andaba entre Holón, Jerusalén y Eilat, en una de esas noches
nos conocimos en “La casa amarilla del té” en Jerusalén, después de
una larga conversación, me dio su dirección diciéndome que si un día
llegara a ir a Estados Unidos lo visitara. ¡Lo que él nunca se imaginó, es
que de verdad llegaría ese día en que me encontraría tocando la puerta
de su casa, y sin siquiera avisarle con anticipación!
En Estados Unidos, mucho más que en Israel es común la
costumbre de pedir autostop, de esta forma llegué hasta Georgia, me
llevó un hombre de color en un auto muy lujoso, que era nada menos
que el chofer de Meir Lansky, ¡famoso en Israel y también en Estados
Unidos por ser uno de los principales cabecillas de la delincuencia
organizada americana!, cuando estaba todavía en Israel había seguido
de cerca su caso. Todo el camino se pasó contándome las proezas de su
jefe, mientras que mis pensamientos me llevaron muy lejos, y me decía
a mí mismo: “¿Y qué, si el destino quiere que me encuentre justo con
una “personalidad como esta”?, ¡tal vez llegó el momento propicio que
“suba de nivel”, y que llegue a estar con los grandes de la delincuencia
americana!”.
El chofer me dio un número de teléfono donde podía llamar en
caso de emergencia, pero a pesar de todos mis esfuerzos nunca pude
comunicarme con el “gran jefe”.
Anuestra llegada a Brooklyn, el chofer de Lansky pidió a un policía
que me indicara el camino al tren subterráneo, me divertí mucho de
esta ironía, ¡imagínense, un delincuente le pedía justamente a un policía
que me ayudase!, ¡escenas como estas sólo pueden ocurrir en Estados
Unidos!
Me dirigí hacia la dirección que me había indicado el policía y
subí al tren subterráneo, puse en el piso mi maleta marrón, para poder
ir a cambiar en monedas un billete de un dólar; de pronto, una señora
judía vino hacia mí gritando alarmada: “¡Ni se te ocurra dejar tu maleta
sola ni un segundo!, ¡acá todos son ladrones!”. Sólo con el transcurso
del tiempo, entendí que tenía razón, y hasta le estaba agradecido por
haberme avisado, aunque en el momento que lo dijo, yo me encontraba
pasmado con un recibimiento de este tipo, ¡la primera impresión de
Nueva York dejaba mucho que desear!