La Justicia Federal no le hizo lugar a medida del Intendente de La Rioja cont...
Longos brutos, Sicarios y Sacapintas.
1. Longos brutos, sicarios y sacapintas.
Por: Julio José Prado
@pradojj
Marzo-28-2014
Algo muy extraño sucedió el otro día. Salíamos de
un restaurant al que fuimos a cenar con unos
amigos. Íbamos camino a tomar el bus de regreso
a casa, cuando uno de nosotros decidió pasar por
el cajero automático para sacar algo de dinero. A
pesar de estar en el centro de la ciudad, esa calle
en particular no estaba muy transitada, en realidad
estaba casi vacía. Sin embargo, delante de
nosotros, una solitaria joven acababa de recibir
dinero del cajero, lo contó y lo guardó en su
diminuta cartera que hacían juego con su
diminuto vestido. Al terminar su transacción, se
dio la vuelta, nos dio una sonrisa amigable y se
fue caminando por el callejón en forma bastante
graciosa debido a los tacones que se incrustaban
en el empedrado de esa calle. Mi amigo sacó el
dinero que necesitaba, lo contó, lo guardó, y
seguimos nuestro camino. Esa noche, mientras el
bus me llevaba por las calles de la ciudad, repetía
en mi cabeza una y otra vez las extrañas escenas
que acababa de presenciar. ¿A quién se le ocurre
sacar dinero de un cajero a altas horas de la
noche, en un lugar obscuro? ¿Cómo puede una
chica salir en semejante vestido y no ser atacada
sexualmente en la primera esquina? Mucho peor
ponerse a sacar dinero y mantener su sonrisa con
un grupo de desconocidos detrás de ella. Y
finalmente, ¿qué hago Yo, en un bus, a esa hora
de la noche?
Claro, no estoy hablando de una ciudad en
Ecuador. Esta ciudad inglesa definitivamente no
es Quito, aunque sus callecitas estrechas y
empedradas a veces podrían confundirse con
algunas de nuestra ciudad colonial. Pronto me di
cuenta que eso, que me pareció extraño la otra
noche, es en realidad de lo más común aquí. El
extraño soy Yo. Como Quiteños estamos
predispuestos a ciertas cosas. No se sale en la
noche en bus; es peligroso. No se saca dinero en
un cajero de la calle, a ninguna hora del día; es
peligroso. No se camina sola en minifalda; es una
provocación. Y no se saluda a la gente en calle; no
son tus amigos. (Mi ejemplo es para Quito, pero
queda claro que aplica a muchas ciudades del
Ecuador).
Es muy fácil acostumbrarse a sentirse seguro en
estas ciudades, por eso cuando uno regresa a
Quito, entra en pánico tan solo con tener que
bajar a comprar el pan en una tienda. Pero
también uno se acostumbra al miedo. Llegamos a
interiorizarlo. A controlarlo. Lo hacemos parte de
nuestra vida y nuestra familia. Vivimos en casas
cerradas dentro de conjuntos cerrados con
guardia privada. Llevamos a nuestros hijos al
colegio en auto, así sean pocas cuadras de
distancia. Cerramos las ventanas mientras
manejamos para evitar robos o peor aun caer
presas de papeles impregnados con algún tipo de
droga. No vamos al cajero en las calles, solo en
centros comerciales. Si alguien se cambia de acera,
si nos hacen señas, si nos quedan viendo mucho,
si tiene gorra, o si anda en moto, emprendemos
una rápida retirada. Nunca nadie ve nada, ni oye
nada. Ahora, hay una nueva adición a la lista de
las prohibiciones del Quiteño. Jamás, nunca, sacar
dinero del banco. No importa el monto,
simplemente te juegas la vida al llevar dinero en
efectivo.
Yo soy uno de los afortunados. Hace ya casi
quince años fui víctima de uno de los primeros
secuestros express que se hicieron en Quito. Casi
dos horas duró el paseo. En ese lapso fui
golpeado incansablemente. Esposado para que no
pueda escapar del piso del auto, donde observé las
suelas de los delincuentes durante casi todo el
trayecto. Finalmente, llegamos a un sector alejado
al noreste de Quito donde me bajaron del auto y
apuntaron en la cabeza durante varios segundos -
que fueron horas en mi mente-. Tuve suerte. Era
la época en la que los ladrones, generalmente,
eran ladrones, no asesinos a sangre fría. O
simplemente esa noche estos tipos no tenían
ganas de “comerse otra corvina” y querían usar
mi dinero y vender el auto lo más rápido posible.
No llegaron muy lejos. Pocas horas después, ya en
2. avanzado estado etílico y –según se supo después-
bajo efecto de drogas, chocaron contra la parada
del trolebús de la Marín. La policía atrapó a dos
ellos, o mejor dicho, ellos solitos se dejaron
atrapar. Para no alargar el cuento, tuve que ir al
CDP a reconocerlos (nada de ventanas doble-
lado, como se ve en las películas, el
reconocimiento se hace frente a frente, mientras
el ladrón “dizque” no le ve a uno). Eran dos de
ellos; el que reconocí como el ladrón bueno, que
sugirió que no me disparen cuando estaba ya
fuera del auto, y el ladrón malo, que me venía
pegando todo el camino y me puso el apodo de
“gonorrea”. Quisimos poner una denuncia
particular para meterlos en la cárcel por buen
tiempo, pero para nuestra sorpresa, los propios
policías sugirieron no hacerlo, pues “ellos son de
una banda bien organizada, y de gana se va a
meter en más líos; debe dar gracias que está vivo y
vaya no más”. Ante semejante apoyo policial,
desistimos en hacer la denuncia. Tardó más -
mucho más- la policía en devolver el auto
confiscado, que los ladrones en salir del CDP.
Por todo esto, cuando en la Asamblea de
Montecristi se sugirió cambiar la ley para que las
denuncias las puedan hacer de oficio las
instituciones públicas y no depender de las
denuncias particulares, me pareció una fantástica
idea. Pero de una idea bien intencionada nunca
pasó. Después cuando, el Gobierno dijo que
había que meter la mano a la justicia, violando de
plano la división de poderes, pensé que al menos
ahora sí este tipo de delitos de poca monta serían
castigados. Por eso los casos de violencia
delincuencial que se han dado en los últimos
meses en Ecuador y en especial en Quito son tan
desmoralizantes e indignantes.
Sin ir más atrás y solo por citar un par de casos,
hace pocas semanas padre e hijo son asesinados
en un bus en Amaguaña por robarles 25.000
dólares que acaban de retirar. Pocos videos deben
ser tan desesperantes como aquel en el que se
observa a José y Fernando Changoluisa,
forcejeando con los ladrones y a estos dispararles
a quemarropa. Uno casi quiere gritar “suelta la
plata”. El desenlace al ver cómo el padre baja del
bus y ve a su hijo muriendo mientras él mismo
agoniza, es simplemente desgarrador. El otro
caso, se dio hace un par de días en el pleno
centro-norte de Quito. Los sacapintas, asesinan a
Washington López y al policía Amable Alquinga,
por robarle 2000 dólares que acababa de sacar del
banco. En este caso, el Ministro del ramo dijo
estar “indignado” porque uno de los delincuentes
-que resultó abatido- ya registraba dos
detenciones previas.
Es cierto, es una situación para indignarse. Y para
preocuparse. Porque después de todo, ¿no era
para controlar esto que se metió la mano a la
justicia? Por supuesto, la policía no es la única
culpable en este cuento. ¿Cómo es posible que los
sacapintas sepan exactamente a quién seguir, a
qué hora retiran dinero y hasta cuáles son los
botines más jugosos? No hace falta ser un genio
para deducir, lo que en toda sobremesa se
comenta, el personal del banco, ya sea guardias o
cajeros, son cómplices de los ladrones. ¿Qué está
haciendo la Asociación de Bancos Privados?
¿Cómo se puede entender su impavidez y falta de
acción ante algo que les compete tan
directamente? ¿Qué está haciendo el Municipio?
¿Qué hace el Gobierno más allá de repetirnos
hasta el cansancio que “son días difíciles para la
delincuencia”? ¿Qué hacen las cámaras de
comercio y otras? ¿Qué hace la ciudadanía?
Cuando han ocurrido muertes trágicas en el
pasado, se organizaron “marchas blancas”, se hizo
presión social. Parece que la “bulla” que se hace
depende del apellido de la víctima… La realidad
es que cada cuál cree o dice estar haciendo algo
por su lado, pero el azote de la delincuencia no se
puede combatir en forma aislada. O se hace un
verdadero esfuerzo conjunto con un análisis
sistemático y casi científico de la delincuencia o
seguiremos lamentándonos.
Hace unos 4 años, un poco en broma, un poco en
serio, dije en una charla, que así como se hacen
análisis de competitividad para hacer que los
sectores industriales mejoren, deberíamos
comenzar a aplicar análisis económicos de
competitividad a temas como el sicariato y la
delincuencia. Así como se pretende crear un
ecosistema empresarial que facilite el
emprendimiento, la innovación, la productividad.
Así mismo se debe entender cuáles son los
elementos que promueven la delincuencia, cómo
3. crear un ecosistema que desincentive y destruya,
en lugar de apoyar a esa actividad. En qué
entorno crecen, se fortalecen y multiplican los
delitos. Qué instituciones las apoyan o se hacen
de la vista gorda. Cómo las necesidades
insatisfechas, el empresario corrupto, la cultura
del más vivo, el consumidor de cosas piratas o el
político insultador, generan actitudes que poco a
poco incitan la actividad delictiva. Qué factores
educativos, migratorios, legales, sociales y
políticos influyen. Para comenzar hace falta un
diagnóstico serio, no se puede esperar que las
autoridades Municipales o Nacionales o Policiales,
sean transparentes al reportar las cifras, pues cada
vez que sucede un nuevo crimen parecería que es
un caso aislado, que ahí no pasa nada. Que es
pura especulación de la prensa amarillista. O que
es pura percepción. Se requiere un ente ciudadano
independiente pero que tenga el reconocimiento
legal y moral suficiente para poder influir sobre
los políticos y las instituciones. Se deben
coordinar las acciones, que sí las hay ahora, pero
en forma aislada y conformar una verdadera
institucionalidad -apartidista- contra la
delincuencia.
Mientras un verdadero cambio no suceda.
Seguiremos extrañándonos de la tranquilidad con
la que se vive en otras ciudades o en otros países.
Seguiremos echando la culpa a las mujeres que
son ultrajadas “por andar con falda”. Seguiremos
así… Hace poco, alguno de esos valientes
comentaristas anónimos de twitter y facebook,
que de pronto se convierten en expertos, jueces y
verdugos, comentaba en redes sociales cuando los
Changoluisa fueron asesinados, “longos brutos
cómo van a sacar tanta plata del banco y después
subirse a un bus”. Solo en una sociedad que está
enferma se puede creer que sacar plata y subirse a
un bus es una irresponsabilidad. Creer que este es
un problema de “longos brutos” es lo que nos
está matando. JJP