Êtes-vous hispanophone? J'ai une bonne nouvelle pour vous. Depuis Ibiza en Espagne,une bonne volonté a bien voulu offrir son temps pour traduire le livre ''Par les croyances...par la foi'' en espagnole. Elle veut ainsi contribuer à véhiculer le message du livre auprès des lecteurs espagnoles. Pour ceux qui le désirent, vous pouvez télécharger le livre à travers le lien qui suit. N'oubliez pas de laisser un message de reconnaissance à celle qui a rendu cela possible. Muchas gracias!
3. POR LAS CREENCIAS… POR LA FE
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Tabla de materias
Introducción
I. El humano, un ser de creencias
II. Vivir por la fe
III. La observación que lleva a la fe
4. POR LAS CREENCIAS… POR LA FE
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Introducción
La fe y la creencia no son únicamente simples cuestiones de religiones.
¿Qué significa exactamente creer o tener fe?
¿Qué diferencias podemos establecer entre la fe y la creencia? ¿En qué vivir
por la fe es diferente a vivir por las creencias?
Para mi, el sujeto es tan crucial que no puedo evitar de dar mi parecer.
Nosotros pensamos muy a menudo que creer y tener fe es exactamente lo
mismo. También tenemos tendencia a utilizar una u otra para expresar la
misma cosa.
Pero la fe y la creencia son bien diferentes!
5. POR LAS CREENCIAS… POR LA FE
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I. El humano, un ser de creencias
Los seres animales son conocidos como seres muy instintivos, guiados por el
instinto de supervivencia. Sin equivocarse, es posible de afirmar que el ser
humano es un ser de creencias. Lo que nosotros somos es un condensado de
creencias. Nuestros comportamientos, nuestros hábitos, nuestra manera de
ver la vida e interpretar las cosas son el resultado de nuestras creencias.
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Para el ser humano vivir es creer. Nosotros debemos creer que los ancianos
son más sabios, que el estado está ahí para el bien de todos, que el infierno y el
paraiso existen, que dios es bueno...Nosotros debemos creer que no hay éxito
sin escuela, que toda persona seria debe casarse y tener hijos... Nos piden
incluso de aceptar que todo lo que está calificado de científico es verdad; la
ciencia no se equivoca!
O sea todo es creencia en el humano y nosotros vivimos únicamente para
respetar las creencias que rigen nuestra vida. ¿Pero de donde nos vienen las
creencias?
Los orígenes de las creencias son numerosos. Ellos provienen de la família, de
la sociedad y de la religión. Desde nuestra tierna infancia, nuestros padres nos
enseñan a creer que Dios existe. La sociedad también nos ha enseñado a creer
en la escuela como el camino que conduce al éxito en nuestra vida.
Si somos guiados por las creencias, también es porque tenemos miedo. Allí
donde hay miedo, las creencias son cada vez más fuertes. Por ejemplo, el
miedo del infierno nos hace creer en un dios bueno, ese mismo que nos va a
sacar del fuego del infierno.
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De primeras, podemos pensar que la creencia es únicamente religiosa. Pero
todo en nuestra vida es creencia. Son las creencias que nos hacen actuar, que
nos hacen desear, que nos hacen vivir. Ellas constituyen el motor de la vida.
Ellas nos motivan y nos empujan a la acción. Ellas nos permiten igualmente
de esperar, de creer que mañana será mejor. Que nuestros proyectos se
realizaran por la gracia y la bondad de Dios. «Si tu crees, tu verás la mano de
Dios operar en tu vida», dice la canción.
Uno de los múltiples beneficios de la creencia está también ligado al hecho
que a través de ellas nosotros desarrollamos reflejos, hábitos, rutinas
cotidianas...Y la vida es bella!
Las rutinas y los hábitos facilitan nuestra vida. Ellas nos permiten de actuar
sin perder el tiempo en la reflexión, sin cuestionar sin dudar. Lo esencial, es
pues, actuar una vez que una creencia ha sido bien aceptada y integrada en
nuestro mental. Si yo creo firmemente que el dinero me conduce a la felicidad,
yo ya no me cuestiono más; únicamente tengo que sumergirme en una
búsqueda desenfrenada de riqueza para encontrar la felicidad tan esperada. Si
yo creo que la paz, la alegría, el amor reside en la práctica de una supuesta
religión, no tengo nada más que entregarme enteramente al respecto y a la
aplicación estricta de las reglas dictadas por mi religión. Y creerme, que
funciona!
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Es lo que también hacía el pueblo judío. Creyendo que su salvación vendría de
la mortificación del alma, de una cierta pureza del cuerpo ellos se entregaban
con entusiasmo a prácticas de purificación: lavado de manos, prohibiciones de
ingerir ciertos alimentos, rituales de sacrificio, etc... ¿Además, estas prácticas
no habían sido recomendadas por Moisés a través de los 10 mandamientos y
sus libros sagrados?
El que obedece a las creencias se facilita ampliamente la vida. Así como un
niño es amado por su família cuando este obedece al acto a lo que se le
ordena. Entonces se le califica de niño bueno, educado y respetuoso. Incluso
recibe recompensas por ello. La sociedad sabe recompensar las personas que
se someten a las leyes. Ella los llama «buenos ciudadanos», son condecorados
y se les designa como modelos a seguir.
La religión calificará de piadoso y de «verdadero hijo de Dios» aquel que viene
regularmente a la iglesia, que siempre practica ayuno y oración y que paga
regularmente su diezmo.
Por lo tanto, todas nuestras creencias no son más que ideas recibidas. Nuestra
concepción de Dios, mientras quede ligada al dios de la biblia o del coran, no
es otra cosa que una idea recibida. Nuestra concepción social de la felicidad,
del éxito o de la riqueza no es otra cosa que una «idea recibida» mientras que
ella no nos conduzca a la inteligencia, a la fuerza y a la libertad.
El diccionario wikipedia da una explicación interesante de la idea recibida.
Según él, es una opinión, un estereotipo, un cliché que tiene la particularidad
de administrarse facilmente por diversas razones:
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Ø es muy difundida.
Ø está considerada como demostrada, como una evidencia clara.
Ø es agradable de admitir, porque responde a menudo a una cuestión
compleja.
Ø ayuda a dejar de reflexionar y se impone insidiosamente.
Ø En fin es placentera en admitirla.
Tales son las características principales de una idea recibida. Todas nuestras
creencias comparten también esas mismas características. Ellas son muy
difundidas, ellas dan respuestas hechas a las cuestiones existenciales, difíciles y
complejas que todos nos hacemos. Sobre todo, nos evitan de reflexionar, de
aprofundizar de buscar. Es por esto que nuestras creencias no son
cuestionadas. ¿Además, para qué cuestionarlas si siempre ha sido así para
todos, desde siglos, desde milenios?
¿Nuestras religiones, vistas como un conjunto de prácticas no estan acaso
fundadas sobre estas ideas recibidas? ¿La ciencia misma no está edificada
sobre el fundamento de la creencia según la cual todo lo que es científico es
verdad? Es por ello que es importante de salir de la creencia, para entrar en la
fe.
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II. Vivir por la fe
La fe no es una creencia en un dios o en una religión específica. La fe, es la
vida.
Generalmente, hay una confusión entre las palabras fe y creencia. Se podría
incluso decir que son opuestas entre si.
Porque, de hecho, la fe no es una idea aceptada. Ella resulta de la experiencia.
Donde las creencias admiten las cosas como adquiridas de antemano, la fe
cuestiona, interroga, analiza y decide por ella misma.
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El cuestionamiento es el principio de todo enfoque que conduce a la fe. Y que
termina en la experimentación. Interrogarse no es una falta de fe, al contrario
es entrar en el proceso que lleva a la fe verdadera. La fe nace de la duda, esta es
la que empuja a buscar y a encontrar las respuestas.
Las personas que viven por la fe rechazan de hacerse una caricatura de un dios
histórico, petrificado, lejano, como una estatua. Ellas estan en una perpetua
búsqueda de si mismas que las empuja a crecer en su comprensión.
Mientras que la creencia se refugia en el futuro, con la esperanza de un
amanecer mejor o un paraiso futuro, la fe vive en el instante presente. Ella
busca y encuentra lo que es la felicidad, lo que es la vida. El rey Salomón
estuvo en esta actitud durante toda su vida.
Para vivir el instante presente, hay que salir de las reglas, los dogmas y de las
prácticas establecidas por las creencias. Importa poco que estas creencias sean
científicas, morales o religiosas. Es lo que hace difícil integrarse en un proceso
de fe: el rechazo de conformarse a la opinión general.
El que vive por la fe está en una búsqueda permanente de la verdad. Pero
precisamente, ¿Qué es la verdad?
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Sin entrar en un debate filosófico, yo defino la verdad como un
descubrimiento personal que nace de una observación de hechos y de un
análisis riguroso de las cosas de la vida. Definida como tal, la verdad nace
únicamente de una experiencia personal que produce una cierta convicción.
La verdad no es bíblica, científica o universal. La biblia está sujeta a
interpretaciones erróneas; la ciencia se quivoca; toda la humanidad puede ser
inducida en el error. Pero la verdad es ante todo personal.
Conocer la verdad sobre Dios, es hacer la experiencia personal de una relación
individual con él. Pero esta experiencia personal no necesita de un cuadro
predeterminado o de un momento específico para ser vivido.
Para el que es atento, ella se hace día tras día, en cada instante de la vida. Esta
experiencia también es diferente del milagro. El milagro es una manifestación
espectacular desde el punto de vista del humano. Pero si no es acompañado de
una observación, y de preguntas, permanece bajo el dominio de la creencia.
En vez de ayudarnos a crecer, este milagro nos encierra en los dogmas y la
superficialidad. Es por eso que mientras más milagros pidamos, más nos
alejamos de la fe.
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Vivir por la fe, es expressar una cierta particularidad, es entrar en la soledad.
Porque, la creencia es común, general, universal. Todos creemos que la
inteligencia es el hecho de almacenar mucha información, que ser rico es
acumular cosas materiales, que la democracia es el mejor sistema de
gobernanza, que la religión es el único medio que conduciría al paraiso.
Pero la fe no ve las cosas como tal; ella se destaca, se particulariza, se
singulariza, se aisla.
La sociedad no quiere a las personas que estan solas en su mundo, que salen
del montón. Desconfía de ellas. A menudo, los califica de individuos asociales,
cerrados, extraños. También, pasamos toda nuestra vida escapando de los
momentos de soledad.
Estar solo, es ser un observador. Es observar el mundo en su activismo, en sus
luchas, en sus ambiciones, en la carrera desenfrenada hacia la ganancia, en la
búsqueda del paraiso. Observar es igualmente constatar, sin juicio, sin
condenación. Desde esta constatación neutra, resplandece la verdad sobre uno
mismo, sobre el mundo.
A demás, todos los grandes descubrimientos fluyen de la observación.
«¿Por qué la manzana cae en el suelo en vez de volar hacia el cielo?» De esta
observación banal hecha por Isaac Newton, nace la teoría revolucionaria de la
gravedad universal.
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La observación es útil en el sentido que ella suscita preguntas que conducen
hacia el descubrimiento. El Maestro estuvo en esta observación constante. Él
observaba al pueblo en su obstinación a cargar el fardo de las leyes obsoletas
que los líderes religiosos les imponían. Él lo observaba en su sed de milagros,
sabiendo que este pueblo no conocía al Creador. Él veía a los fariseos
fanfarronear de ser más justos que los demás porque ellos ayunaban dos veces
por semana y pagaban el diezmo.
Esta actitud de observación es importante para conocer a los demás y
comprender el mundo. También permite descubrirse a si mismo. Pero no hay
observación possible mientras estemos aprisionados en las actividades del
mundo, agitados y encerrados en nuestras creencias.
Entrar en la soledad no consiste en encerrarse. Al contrario es abrirse a la
vida. La soledad por lo tanto es una actitud de observación, de
cuestionamiento, de duda positiva. Ella permite de experimentar las cosas y de
encontrar la verdad. «Si yo no veo las marcas de los clavos en sus manos, si yo
no meto mi dedo en las marcas de los clavos y si yo no pongo mi mano en su
costado, yo no creeré». Así es a veces un enfoque de fe.
Se reprocha a Tomás de no haber creído enseguida a lo que los demás le
habían contado. Pero de su experiencia, Tomás sale fortalecido, maduro, y
más en contacto con la verdad. Los demás vieron a Cristo resucitado, él lo
vivió, lo sintió, lo tocó (con su dedo).
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III. La observación que conduce a la fe
La observación conduce a un mejor conociemiento de si. Caminar en la fe, es
saber observarse a si mismo para salir de la ignorancia.
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Las creencias nos mantienen en falsas convicciones por las cuales pensamos
que somos hijos del Creador, que somos creados a su imagen, que somos más
justos que los demás, que merecemos el paraíso y los demás, el fuego del
infierno.
Pero aquel que sabe observar sabe que él no es diferente del resto de la
humanidad. De poca importancia es que sea negro o blanco, rico o pobre,
creyente o ateo. La diferencia entre el hombre de color y el hombre blanco
parece ser sorprendente. Lo mismo, sucede entre el rico y el pobre. Son
características que se ven a simple vista. Sin embargo, esas diferencias son
únicamente aparencias. De hecho, la humanidad es «una»; «una» en su origen,
en su ego, en sus envidias, en sus miedos, en su dependencia con relación a la
naturaleza.
Todos sacados del polvo, nosotros estamos todos bajo la influencia del
universo. ¿Entonces de donde nos viene esta falsa idea de diferencia?
Simplemente de la falta de conocimiento de si. Porque yo no me conozco,
creo ser diferente de los demás. Sin embargo, el otro es el reflejo de lo que yo
soy y viceversa.
Hay hoy en día todo un conjunto de técnicas disponibles y supuestamente
para ayudar a los individuos a conocerse mejor. Entre estas técnicas, la
meditación está altamente bien considerada.
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La meditación se define como un conjunto de procedimientos que permiten al
individuo de concentrarse, de aislarse del mundo para descubrir la verdad
sobre su ser interior. Las técnicas que se enseñan a la vez pueden ser simples y
complejas, incluso difíciles de practicar. Ellas necesitan mucha voluntad y
disciplina para alcanzar algunos resultados esperados.
En realidad, conocerse no cae por su propio peso. Es por eso, que una gran
mayoría de personas, estamos sumergidas en la ignorancia de nosotros
mismos y del mundo. Pero, para conocerse, no necesitamos utilizar todas
estas técnicas de meditación o hacer yoga. Además, estas prácticas nos
encierran en otro tipo de creencias. Lo que podemos hacer, es solo
observarnos a través de nuestras obras.
Nosotros, tenemos una idea caricatural de lo que constituye una obra. La obra
no es un hecho específico, pasajero o incluso de rutina. No es acostumbrarse
en aparencia a una ley, una regla o un mandamiento. La obra es lo que emana
de mi, es lo que yo soy.
Así como un edifício construido permite de descubrir el que lo ha concebido,
sus conocimiemtos y su personalidad, las obras traducen nuestra vida, nuestra
identidad, nuestro ser. Por mis obras, las que son visibles y las que escondo a
los demás, puedo realmente saber quién soy y asumir mi identidad. Sin
falsedad, sin escape.
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Una oración eficaz es el fruto de una observación responsable, sincera y franca
de uno mismo: «Oh! Dios, se piadoso conmigo, yo que soy un pecador». Pero
una oración religiosa desgrana acciones (yo pago mi diezmo, ayuno dos veces
a la semana) y se basa en la pretensión de ser uno mismo justo, hijo del
creador y diferente de los demás.
El Mesías pedía a los líderes religiosos judíos y al pueblo de aprender a
conocerse mejor observando a través de sus propias obras, de lo que salía de
ellos: sus miedos, sus celos, sus apegos a las obras muertas de la ley, sus
envídias, sus odios contra la verdad. Observando todo esto, él les decía:
«Vuestro padre, es el diablo».
Hoy, yo me observo cada vez más detenidamente. Y cuanto más lo hago, más
veo la envidia, los celos, la avaricia y el miedo que caracteriza mi vida.
Entonces me hago estas preguntas: ¿Donde pues ha quedado la identidad del
Creador que supuestamente tengo que revestir? ¿No me han dicho que he sido
creado a la imagen del creador? ¿Pero donde está esta identidad
divina?¿Cuando debe esta por fin manifestarse?
Es haciéndonos estas preguntas, que empezamos a salir de las fórmulas, de las
creencias hechas, y de las leyes que producen obras muertas en nosotros. Es
ahí donde empezamos a vivir por la fe y vivir por la fe, es entrar en la vida.
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